Y como ella, los demás presidentes. Después de una semana de descalificaciones, insultos incluidos, y de amenazar con rechazar la prórroga del Estado de Alarma propuesta por Pedro Sánchez, al final y tras negociar algunas gabelas como moneda de cambio, todos inclinaron la cabeza afirmativamente cuando llegó la hora de votar la prórroga hasta que el COVID19 nos separe.
Incluso Pablo Casado convirtió su enérgico ‘No es No’ en un depende, presa del pánico ante la posibilidad de quedar aislado en el Congreso, confinado con VOX y los independentistas catalanes de ERC, JxC y ANC. Mal le salió la apuesta del todo o nada a Pablo Casado y su gurú Aznar. Tan mal, que su vedette madrileña no tuvo más remedio que abandonar el Consejo de Gobierno en el que se debatía la petición de Madrid de pasar a la Fase 1. Desconcertada, no tuvo más salida para posponer la decisión que recurrir a una innecesaria entrevista en Telemadrid para ganar tiempo y esperar el resultado final del debate en el Congreso. La decisión de Inés Arrimadas acabó con la estrategia suicida del PP. Sus votos eran inútiles. El PP quedaba sin su único objetivo político, destruir a Sánchez. Su única salida era la abstención para que el espejo no le devolviera la imagen duplicada del No de VOX y de los independentista.
Retirada del cartel, sin apuntador que le recordara el guión y sin posibilidad alguna de acabar con la “dictadura constitucional” en que el ‘desastre ‘ había convertido a España bajo la coartada de la pandemia, la presidenta buscó el refugio de sus consejeros y pactó, ahora sí, con su vicepresidente, el ciudadano Aguado, pedir su entrada en la fase 1 a la que se había negado por dos motivos: utilizar el No como mina antipersonas para acabar con Sánchez y el temor a que toda España viera que Madrid no estaba preparada para acabar con la devastación del virus.
Sus principios marxistas -de Groucho- convirtieron el No rotundo –“la desescalada es un sinsentido. Lo único que hace es regularle la vida a las personas”- en un sí ante la perspectiva de quedar aislada con su amigo Abascal como aliado. La consecuencia de su ignorancia y falta de criterio es un partido divido y con el grave problema de no tener quien le firme los documentos para hacer oficial su deseo de cambiar de fase, tras la dimisión de la directora general de Salud porque no ha querido falsear la realidad de la Sanidad pública madrileña como llevan haciendo durante 30 años. El PP está ahora en tierra de nadie, sin personalidad y con la amenaza de VOX, que ya ha anunciado una moción de censura para cuando la gestión del Gobierno socialcomunista haya terminado con el virus.
Una moción basada y legitimada por la inesperada acusación de homofobia a la izquierda, representada en el CHE Guevara. Olvida Abascal, el nuevo paladín del orgullo gay, que los padres putativos de sus ideales persiguieron y maltrataron durante cuarenta años a quienes ellos llamaban maricones, salvo a los curas, claro. Y ya que él recuerda el caso del poeta, intelectual y disidente cubano Reynaldo Arenas, conviene citarle un nombre, Miguel de Molina, el cantaor malagueño acosado y torturado por los matones de la dictadura que terminó su vida en su exilio de Buenos Aires. Su canción ‘La bien pagá’ fue el símbolo que usó el cineasta Basilio Martin Patino en la película ‘Canciones para después de una guerra’ cuyas imágenes tanto recuerdan a la España pos pandemia si no empezamos la reconstrucción del país por una política fiscal que no tire a los españoles a los pies de los loobys financieros. Ahí nos llevaría la economía liberal cuya máxima defensora es, como no, Isabel Díaz Ayuso partidaria de rebajar los impuestos a límites no conocidos hasta ahora como anunció en su campaña electoral. Heredera de las ideas de la ‘destroyer’ Esperanza Aguirre para quien los dineros estaban mejor en el bolsillo de los españoles que en las arcas del Estado, filosofía, que tiene en el actual consejero de Hacienda Fernández- Lasquetty a su principal ejecutor.
La salida a la pobreza en que nos deja el COVID19 no está en bajar impuestos, sino aplicar un gravamen fuerte a las mayores fortunas del país como propugna el vicepresidente segundo Pablo Iglesias. Conviene recordar a la Comisión que va a planificar la reconstrucción del país, qué hizo alguien tan poco sospechoso de ser un rojo de mierda como el general Charles de Gaulle al llegar a la presidencia de Francia en plena crisis tras la II Guerra Mundial. Para evitar que fuera la mísera clase trabajadora quien pagara la reconstrucción, De Gaulle creó un impuesto único sobre las grandes fortunas. Lo mismo hizo el gobierno de EEUU en Japón en 1947. Ese impuesto, único y excepcional, era progresivo a partir de un patrimonio mínimo hasta llegar a un 20% para las elites económicas. En Japón, el general Mc Arthur elevó ese impuesto hasta el 90%.
En España, las cien grandes fortunas de la lista de Forbes, incluida la Familia Real y el Rey Emérito, podrían asumir entre el 50% y el 100 % de la deuda española, en un único impuesto y solo una vez, según el estudio realizado por Carlos Fernández y Boris Villa, partiendo de un patrimonio de cinco millones con un gravamen del 5% y subiendo progresivamente hasta un 20% para las fortunas superiores a los 500 millones. Si elegimos como ejemplo a Amancio Ortega, con una fortuna de 60.000 millones según Forbes, el millonario español por excelencia tendría que aportar 12.000 millones. Eso sí que sería solidaridad y no las mascarillas quirúrgicas a 80 céntimos. Con esta fórmula del general De Gaulle en Francia o del general Mc Arthur en Japón, el dinero sí se quedaría en los bolsillos de las trabajadoras/es españoles, como quieren las señoras Aguirre y Díaz Ayuso, afamadas líderesas del ultraliberal Partido Popular.