Nueva York es actualmente el epicentro mundial de la pandemia por la Covid-19. Los contagios en la ciudad alcanzan rozan las 200.000 personas, con casi 20.000 muertos y una cifra de casi mil muertos diarios. El coronavirus ya es la primera preocupación para los neoyorquinos, por encima del terrorismo, que desde el 11 de septiembre venía siendo la primera en la escala de prioridades. Y en plena pandemia, la realidad de la brecha social entre los habitantes de la ciudad se vuelve más patente que nunca. Mientras que los ciudadanos de una clase social más acomodada han podido permitirse desplazarse a sus segundas residencias o alquilar otra, las clases trabajadores, que son las que integran los servicios esenciales, se desangran acudiendo todos los días a sus puestos de trabajo.
"El coronavirus ha dejado al descubierto que en Nueva York conviven dos sociedades. Una de las sociedades pudo escapar a los Hamptons [una exclusiva zona de veranero] o trabaja desde casa y pide comida a domicilio, mientras que la otra está integrada por trabajadores del "sector esencial" que siguen trabajando sin la protección adecuada", explica en unas declaraciones a The Guardian Jumaane Williams, Defensor del Pueblo de Nueva York. Según él, el 79% de quienes siguen trabajando son afroamericanos o latinos.
Por barrios, Queens, considerado tradicionalmente como zona residencial de las clases trabajadoras que tienen que desplazarse a Manhattan, es el más afectado por la pandemia. El propio alcalde la ciudad, Bill de Blasiom ha admitido que "hay evidentes desigualdades, evidentes disparidades en la forma en que esta enfermedad está afectando a los habitantes de nuestra ciudad". Tras haber sido notablemente presionado, se vió obligado a presentar un informe el pasado miércoles, el cual corrobora que la tasa de mortalidad de los neoyorquinos negros y latinos duplica la de los neoyorquinos blancos y asiáticos.
Las diferencias sociales en una ciudad azotada por la pandemia se multiplican. El mundo se contraía al ver las imágenes de Hart Island desde el cielo. En la pequeña isla, entre Queens y Manhattan, se están cavando fosas comunes para aquellos quienes nadie reclama sus cadáveres. Mientras, decenas de contagiados se amontonan en los hospitales de los barrios más humildes, engrosando las estadísticas oficiales que convierten a Estados Unidos en el país con más diagnosticas del mundo.
Detrás de cada cifra hay una persona y, con ella, una historia, que se tambalea. La cuestión de clase y de raza en los Estados Unidos sigue igual de vigente que siempre, y esta crisis, desgraciadamente, se empeña en recordárnoslo.