Amaba a sus hijos por encima de todo, y se quedó sin ellos. Los servicios sociales se los fueron retirando uno a uno, primero a la niña mayor, que pasó año y medio en un centro de menores, más tarde al siguiente, argumentando que " ya tenía una hija tutelada", y finalmente, al más pequeño. Así, en un goteo que no contempló el clima moral del asunto en ningún momento.
Helena era una buena persona, sensible, hermosísima, culta, con mucha clase, y estaba llena de vida. Sonreía, pese a todo, hasta que abandonó toda esperanza cuando le fueron negadas las visitas, teniendo derecho a ellas. "Esto ha sido un atropello, si los niños hubieran estado con la familia extensa, es decir, sus abuelos, semejante desenlace nunca se habría producido", afirma Margarita Anadón, su abogada.
Helena no sabía vivir sin sus hijos, el sistema borró lentamente su sonrisa, entró en un serio proceso depresivo, producto de la retirada. Hay un antes y un después tras cada arrancamiento, el proceso se inicia por cualquier motivo, ya sea necesidad, la denuncia de un vecino, acoso colegial, separaciones matrimoniales contenciosas u otras circunstancias enmarcadas en cualquier tipo de conflicto no resuelto.
¿Y quién no tiene problemas en su casa? ¿De dónde parte ese modelo impuesto por la fuerza que está en manos de la Administración Pública? El que se ejerce por demás, todos los días, aumentando la problematización en esos laboratorios épicos, fríos, con forma de despacho amable. Informes de mano en mano, entrevistas en las que se ejerce un tercer grado sobre las madres, juzgadas por su aspecto, si tienen o no trabajo, por el número de parejas, aficiones y costumbres: solo falta la huella dactilar y una foto de perfil.
Humilladas hasta la médula, machacadas sin piedad, presionadas a seguir ese "plan de trabajo" instigador, mirando hacia otro lado cuando lloran, y finalmente, colgando el San Benito de siempre: están todas locas, no tienen habilidades parentales, es una familia disfuncional, no están capacitadas: desamparo, y adiós, hijos.
Los informes son indiscutibles, y el sistema siempre gana, salvo excepciones contadas. Las madres acaban completamente arruinadas pagando abogados, buscan ayuda en los escenarios más insólitos, posando la última ilusión en brazos de una creencia sinceramente sentida y por demás, porque ya no tienen nada.
El discurso funcionarial aprendido, cuyo tono monocorde parece formar parte de un catecismo institucional: " A partir de este momento, tus hijos están tutelados ¿de acuerdo? Pero es una medida temporal ¿de acuerdo? Por favor, déjame hablar ¿de acuerdo? Tendrás visitas semanales de una hora si colaboras ¿de acuerdo? Sé cómo te sientes ahora, sí, es muy duro, pero si colaboras, todo será mucho más fácil para todos ¿de acuerdo?". Se busca un primer “sí” abducido que nunca se produce, mientras las madres lloran. Nosotras parimos, sí, pero ya no decidimos, lo hacen los Servicios Sociales.
No es únicamente un tema económico, pese a las ingentes cantidades mensuales asignadas por niño tutelado: de tres mil a seis mil euros, dependiendo de cada caso. Se trata de un patrón moral impuesto: los hijos del Estado.
Helena pasó por todo ese largo proceso durante años, intentó con todas sus fuerzas luchar como una jabata, y doy fe de que lo hizo. Su quebranto emocional fue en aumento con el paso del tiempo alejada de sus hijos. Se negó la acogida a los abuelos, sus padres, cuando eran perfectamente idóneos. No existe ningún informe donde quede reflejado que hubiera el más mínimo problema en la familia materna, y pese a ello, se obvió.
Su quebranto emocional, sin duda provocado por el sistema, que se la tragó entera, tampoco fue atendido en condiciones. "Helena no era ninguna desquiciada, y mucho menos peligrosa, se estaba muriendo de pena por no poder ver a los niños", remarca Margarita, afirmación que suscribo por completo. A las dos de la madrugada dejó un mensaje dirigido a sus tres hijos en su muro de facebook, y una hora después, se lanzó al vacío.
Los políticos miran hacia otro lado, como si la protesta ante ingente cantidad de retiradas de tutelas injustificadas formará parte de un delirio activista desunido y en exceso alterado. Las instituciones niegan la mayor mientras continúan aplicando el patrón basándose en entrevistas de menos de una hora, eternamente repetidas por otros que no conocen de nada a la familia de antemano sentenciada, las feministas dicen "no saber qué hacer" al respecto, pese a ser conocedoras de una realidad atroz.
Con todo y a pesar de todo: "el último que reirá no es quién pensáis. Llorad, ese es el retraso que os deseo". (Jacques Rigaut. Todos los espejos llevan mi nombre).
Helena, descansa en paz.