Su algoritmo, el de Trump, está programado para atacar y hablar de si mismo. De los más de once mil tweets que ha publicado estando en el gobierno (una media de once diarios), el 80% están escritos antes de las diez de la mañana (hora a la que comienza su agenda presidencial) y la cuarta parte de estos están escritos para alabarse a si mismo: “Soy vuestro presidente favorito”. ¡Y funciona! Un 37% de los votantes americanos no se plantean cambiar sus preferencias republicanas. ¿Para qué? La economía va bien y el impeachment ha sido una farsa montada por la oposición deshonesta, los dirty cops (los policías sucios), los vicius people (la gente viciosa). Todo es muy visual. La verdad es lo que yo digo que es la verdad, es su idiosincrasia.
Al conjunto de tecnologías que sirven para emular las capacidades de los humanos se les denomina Inteligencia Artificial (AI en sus siglas en inglés). En mayor o menor medida estamos hablando de software y de máquinas que se desarrollan a partir de algoritmos que aprenden utilizando la información de bases de datos. Eso sí, toda AI se crea y se programa con una finalidad, un objetivo, que puede ser un sistema operativo que reconozca nuestras palabras y nos conteste, o que un coche circule sin la interacción de alguien al volante. También está el caso ficticio de Terminator, un ciborg encarnado por Arnold Schwarzenegger que es enviado desde el futuro al presente para asesinar a una persona. Se denomina Inteligencia Artificial Fuerte a aquella tecnología capaz de tomar, de forma autónoma, decisiones con impacto directo en la realidad.
De Trump se escribe todo y continuamente. Se levanta sobre las 5.30 y agarra el mando a distancia y comienza a encender la batería de televisiones a las que va regulando el volumen sonoro, según su interés, y abre una lata de Coca-Cola. En esa soledad gasificada del amanecer escucha las informaciones básicas, los titulares de informativos y tertulias; casi siempre escucha las favorables y después de eructar escribe compulsivamente su manera de entender el mundo. Todo se puede contar con el límite de 140 caracteres; a él le suelen sobrar la mitad.
El algoritmo de Trump está programado para atacar y hablar de si mismo. De los más de once mil tweets que ha publicado estando en el gobierno (una media de once diarios), el 80% están escritos antes de las diez de la mañana (hora a la que comienza su agenda), y la cuarta parte de estos están escritos para alabarse a si mismo: “Soy vuestro presidente favorito”. ¡Y funciona!
Un 37% de los votantes americanos no se plantean cambiar sus preferencias presidenciales. ¿Para qué? La economía va bien y el impeachment ha sido una farsa montada por la oposición deshonesta, los dirty cops (los policías sucios), los vicius people (la gente viciosa) ... La verdad es lo que yo digo que es la verdad, es su idiosincrasia. En su tres años en la Casa Blanca su contador de mentiras (del NYT) señala en más de diez mil las fakes dichas por el presidente sin reparar el agravio o justificar el desatino. “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”. “Estoy programado para gustar a mis votantes", dice. ¿A los demás?... A los demás que les den. “Soy el presidente sólo del que me ha votado”.
Trump programó su discurso excluyente para llegar al poder del país de los 20 billones de PIB. Hay dos condiciones indispensables para poder ser presidente de los Estados Unidos: ser mayor de 35 años y haber vivido 14 años aquí. Él las cumplía. Trump no tiene programa de gobierno, tiene algo más valioso: enemigos. Apenas lee los informes ejecutivos y ve mucho la cadena de tv Fox que le apoya a muerte.
Mientras unos candidatos ingenuamente luchan entre ellos en unos caucus no preparados para los nuevos sistemas de información, él continua a lo suyo, separando y tensando la cuerda; lo que más rédito electoral le da. Los demócratas luchan por conquistar un centro en el que no queda nadie ahora, está vacío. Los países se rigen por el sanctasanctórum del dinero. Los candidatos están luchando con rabia política, mientras él lo hace todo como una inteligencia, una AI, sin salirse del pentagrama supremacista.
Los datos le dicen lo que tiene que decir y él es el algoritmo perfecto del poder. Todos son sus enemigos salvo los que lo elogien en público. El sabe que mientras la cuerda esté tensa gana. La AI carece de personalidad jurídica. En el juicio de esta semana ha quedado demostrado. Sus derechos y obligaciones son diferentes al resto de los presidentes, sus defensores lo han exhibido en el Senado como un dios/robot que dice y hace lo que le viene en gana. ¿Cómo reclamarle a un robot que responda de los daños que haya causado? Trump pretende desvincular sus decisiones de su creador, de si mismo. Trump es una careta maquillada con ideas básicas y muchos enemigos; esta es la clave: conmigo o contra mi.
A las 10 de la mañana comienza a hablar con sus asesores y empieza a hacerse fotos. Ya ha sembrado de iras y flatus vocis las redes. Trump es un conjunto de piezas, un Frankenstein perfecto, una AI Fuerte. Es el centro de todo. Yo estoy escribiendo de él. El gana.
José Miguel Sánchez Guitián, trabaja en AI, vive en Los Ángeles, California y ha escrito la saga de libros de Flamenco Killer y Synchro editados por Kolima.