Tengo que empezar contradiciendo al presidente del gobierno. Dijo Pedro Sánchez. “España no se rompe”. Y digo yo y cualquiera que tenga dos oídos, dos ojos y dos dedos de frente que España está rota.
No la rompieron los independentistas vascos ni catalanes ni gallegos. La empezaron a romper hace siglos los que expulsaron de España a españoles musulmanes cuyos antepasados habían llegado a la península cientos de años antes; a españoles judíos descendientes de aquellos que, según la diversidad de las fuentes, se habían establecido en Hispania siglos antes de Cristo o en los primeros siglos de nuestra era. Los españoles musulmanes y los españoles judíos de entonces habían aportado a su España, tan suya como nuestra, a lo largo de siglos, la riqueza invaluable de su pensamiento poético, científico; filosófico, en fin, en el sentido etimológico e histórico del término. ¿Quién tuvo la ocurrencia de expulsar de España a aquellos españoles que contribuían a su esplendor? ¿Quién empezó a romper a España, es decir, a los españoles, echando del territorio a quienes contradecían su forma de entender el país?
Sobre un hermoso corcel galopa en la memoria otro español a unificar a España expulsando a los españoles que profesan una religión distinta a la católica. Era católico, tan católico que a la Iglesia entregaba la fuerza de sus brazos blandiendo su espada contra los españoles infieles; tan católico que, cuatro años después de expulsar de su patria a los españoles judíos y musulmanes, recibieron del Papa, él y su mujer, el título de Reyes Católicos. Como saben todos los que hayan pasado por la escuela, Fernando el católico culminó la llamada Reconquista en 1491. ¿O ya no enseñan eso en las escuelas?
Sobre otro hermoso corcel, apareció un día en las pantallas de los televisores y ordenadores de este país otro guerrero dispuesto a reconquistar la Reconquista que los españoles traidores a la memoria de la España gloriosa han cubierto con el negro carbón del olvido.
Parece que el guerrero confunde fechas. La Reconquista a la que defiende no es la que en el siglo XV cubrió de gloria a los Reyes Católicos. Es una palabra acuñada por románticos nacionalistas en el siglo XIX para glorificar la gesta de quienes privaron a España de sus mejores intelectos. Esos nacionalistas forzaron y torcieron hechos reales para cubrir su historia de oropel. Los nacionalistas suelen ser fanáticos y el fanatismo está siempre reñido con el análisis racional de la realidad.
Al guerrero de las pantallas no le importan las fechas. Como aquel Alonso Quijano al que enloquecieron las hazañas portentosas de los prodigiosos caballeros que protagonizaban sus libros, Santiago Abascal entró en el universo de la intemporalidad y allí galopa desde entonces luchando contra infieles para ganarse el título de Caudillo Católico de todos los españoles; es decir, para reconquistarnos a todos y convertirnos en fieles defensores de la españolidad. No existe, para Abascal y los suyos, el presente. El cambio climático, la violencia de género y cosas por el estilo son accidentes que no pueden afectar la inmutabilidad de su esencia. Su esencia es el ansia de poder y hacia él cabalga con el arrojo de un héroe mítico al que no pueden detener ni lluvias ni vientos, es decir, elementos de la realidad, tales como razones o personas. Por eso, para Abascal y los suyos tampoco existe el pasado, algo etéreo muy fácil de modificar a capricho.
Si buscamos un ejemplo en los defensores de la españolidad contemporáneos, carácter español tienen aquellos que ayer pudieron verse y oírse en el Congreso de los Diputados defendiendo a España desde la bancada de Vox
¿Pero qué es la españolidad? Dice el diccionario que es la cualidad de lo que tiene carácter español. Podemos hacernos una idea de cómo eran aquellos españoles que fueron expulsados de su tierra por no ser católicos, leyendo sus obras y milagros. Pero esos no pueden servirnos de ejemplo porque los defensores de la españolidad decidieron que esos no eran españoles. Entonces, ¿qué es lo que tiene carácter español? Si buscamos un ejemplo en los defensores de la españolidad contemporáneos, carácter español tienen aquellos que ayer pudieron verse y oírse en el Congreso de los Diputados defendiendo a España desde la bancada de Vox. Entonces, ¿lo que define el carácter español es la irracionalidad, la intolerancia, la intransigencia, el matonismo? El discurso de Abascal y los gritos de sus huestes transportaban a tiempos de los visigodos cuando aún no se había inventado el tenedor. Entonces, ¿solo tiene carácter español quien vive en el pasado? En un pasado imaginario de trincheras y catapultas y gritos de guerra y alegre camaradería de borrachos contando sus hazañas en torno a las hogueras de los campamentos.
Podemos encontrar otro ejemplo en la bancada de Pablo Casado y sus populares. Ni el discurso de Casado ni los gritos, insultos y groserías de los suyos difirieron de los del grupo de Abascal. Parece, pues, que la única diferencia entre un grupo y el otro es la rivalidad entre sus adalides por hacerse con el poder. Y con esto parece que nos acercamos más a una conclusión. Esta evidencia parece decir o querer demostrar que, en el fondo de ideas y modos, lo que mueve y define al español muy español es el ansia de ejercer el poder sobre algún semejante: el hombre sobre la mujer, el padre sobre los hijos, el juez sobre los juzgados, el líder sobre los liderados, el legislador sobre los que legisla, la Iglesia sobre sus fieles.
Pero, ¿es ese y únicamente ese el carácter español? Ayer, a la izquierda de las bancadas de los defensores de la españolidad, se oía y se veía otra España. Una España que hubiera ilusionado a aquellos españoles que tuvieron que irse con su ciencia a otra parte cuando los vencedores decretaron que España era una y sagrada sometida a una única forma de relacionarse con Dios: la que ordenaran los dogmas, la tradición y los poderosos de la Santa Madre Iglesia.
Este fin de semana se hizo incuestionable la afirmación de que España está rota
Este fin de semana se hizo incuestionable la afirmación de que España está rota. Empezó a romperse hace siglos cuando los primeros defensores de la españolidad empezaron a defender su concepto de España a hachazos. El hacha no ha parado de romperla desde entonces. Hubo un momento en que pareció dar una tregua a los españoles para que pudieran remendar su país. Pero al parecer, fue un espejismo. Tan rota quedó España después de la guerra civil y los hachazos que vinieron después, que cuarenta años no han bastado para remendarla. Los pedazos de esa España rota es lo que quieren volver unir a la fuerza los defensores de la españolidad expulsando del territorio a todos los españoles que se nieguen a acatar sus designios.
¿Y cuáles son los designios de los otros españoles, de esos que no encajan en lo que entienden por carácter español los defensores de la españolidad? En las bancadas de la izquierda se habló ayer de tolerancia, de entendimiento, de trabajo constante por el progreso; se habló de devolver el poder a todos los españoles, a todos los habitantes de un territorio que llaman España y que en ese nombre condensan sus ambiciones, su lucha cotidiana, su ilusión, su esperanza.
Pedro Sánchez se lanzó a hablar con pasión de la esperanza
Subió a la tribuna el candidato a presidente del gobierno y con sus últimas palabras desmintió el optimismo de las primeras que había pronunciado. España no se rompe, había dicho, como si no supiera, como sabemos todos, que está rota. Aceptada tácitamente esa evidencia, Pedro Sánchez se lanzó a hablar con pasión de la esperanza. Esperanza de unir finalmente a España, a los españoles, fundada, no en ilusiones; fundada sólidamente en la determinación de todos los españoles dispuestos a convertir la españolidad en el esfuerzo diario por mejorar día a día la casa en la que vivimos todos para que todos podamos vivir en ella en paz plenamente dedicados a la tarea que es el fin de nuestra existencia; la búsqueda de la felicidad.