Esta licenciada en Derecho y “preocupada por la práctica personal del feminismo y la dureza de las consecuencias íntimas de los patriarcas interiores”, se derrite por una pasión sin la que no sería ella: la de combatir la realidad lingüística que en el fondo y en la superficie, es la de la política universal y machista de negarnos a las mujeres. “El lenguaje nos construye y cuando no es inclusivo nos borra de un plumazo a la mitad de la población. Por eso me dedico a estudiar el impacto de género en el lenguaje y a señalar dónde está todo el problema cuando la manera en la que se nos ha enseñado a expresamos perpetua un lenguaje sexista”, añade. De su libro, que en el fondo y en la superficie, es la vida misma hemos hablado con ella.
¿Entre susto y muerte a la gente parece que le dé más de lo segundo cada vez que se usa el lenguaje inclusivo?
Se llevan un susto de muerte, pero nadie llega a morirse del susto. Cuando nos permitimos escuchar sin prejuicios, o leer sin prejuicios en el caso de “Ni por favor ni por favora”, no hay sustos. Hay risas, argumentos y propuestas. Espero que nadie se muera de risa.
¿Lo tuyo es osadía o hartazgo ante tanta invisibilización de la letra “a” que nos representa a nosotras?
Lo mío es osadía sin la menor duda. El hartazgo es consustancial al feminismo. Si miramos el Diccionario de la Lengua Española (DLE) dice que osadía es “atrevimiento, resolución”. Y son exactamente ambas cosas en una proporción que aún no acierto a definir. Atrevimiento porque tenemos a grandísimas lingüistas que ya han dicho todo, o casi todo, lo que yo digo y mucho mejor que yo. Resolución porque sentarse a leer de un tirón todos los argumentos falaces acerca del lenguaje inclusivo necesita de dosis extraordinarias de paciencia y de valor. También de antiácidos.
¿Tus zascas lingüísticos entran mejor con humor?
Sí. Ha sido mi experiencia docente la que me ha enseñado eso. Yo me he pasado años azotando (metafóricamente) con el látigo de mi razón a cualquiera que se acercara. Esa es la época de hartazgo puro y duro que todas pasamos. Ver el machismo en toda su crudeza es abrumador. La reacción por defecto (es decir, la implementada por el sistema, no la natural) es hacer tuyo el discurso patriarcal de “la mejor defensa es un buen ataque”. Y te lanzas a cualquier yugular a tu alcance. Hasta que reflexionas, o tu cuerpo te avisa si te haces la tonta, y ves el desgaste emocional que supone. Yo, justo en ese momento, decidí volver a ser yo. Una tía protestona contra las injusticias ―abogada de secano, me decían las monjas en el cole― pero alegre. ¿Dónde estaba mi alegría? Ahora, incluso cuando me dicen mucho que soy demasiado naif, prefiero ser Mary Poppins con un poco de azúcar en la píldora que da, que Afrodita-A con sus ¡pechos fuera! Por cierto, dicen que Afrodita-A nunca dijo lo de los pechos fuera en la versión original ¿será una alucinación colectiva como esa de que el masculino genérico nos incluye?
Coral Herrera prologuista de tu libro comenta del mismo que es un compendio de propuestas para hacer realidad tanta “posibilidad”. ¿Hay que pasar de lo posible a lo factible de manera urgente?
Sí. Pero no me preguntes cómo porque no lo sé. Este libro es un intento de llevar a la práctica algo que, normalmente, vemos como teoría: manuales de uso de la Gramática, gramática oficial, señoros de la RAE ―las señoras de la RAE suelen dar menos la lata con esto― diciendo esto sí; esto no, esto lo dices que lo mando yo; manuales de uso del lenguaje inclusivo concebidos para otros contextos (administrativo, jurídico, laboral…). Yo soy partidaria de practicar sin parar. Porque ―y esta es una de mis muchas contradicciones― me gusta tanto la teoría que tiendo a quedarme a vivir en ella. Así que me empujo a mí misma a hacer intentos de cambio, a imaginarme el mundo en igualdad con todos sus detalles y ver por cuáles podría empezar. Y lo que va resultando lo cuento. Hasta ahora en mis talleres, en la EVEFem, en los cuadernillos de trabajo, en las conferencias… Y ahora en el libro. ¡Ojo! que no voy de guay y lo que no funciona también lo cuento por si a alguien le ahorro cinco minutos de perder el tiempo.
¿Qué opinión te merecen las multitudes que se molestan (hombres y mujeres) por lo pesadicas que nos ponemos con nombrarnos?
Desinformadas, porque tiendo a pensar que no es su culpa. Toman por lenguaje inclusivo lo que voces que consideran expertas les dicen que es, sin serlo. Porque cuando yo creía que era decir hasta la extenuación ciudadanos y ciudadanas, todos y todas cada dos frases y poner barras y arrobas en EL Quijote también me molestaba. Sin que me preguntes te digo otra cosa, esas voces expertas, quienes no son multitudes. Esos machirulos de la RAE dando argumentos idiotas, sentando cátedra sobre sandeces que jamás propusimos me parecen, directamente, sandios.
¿Feminismo y lenguaje son un tándem con rueda pinchada?
No, en absoluto. Las ruedas están perfectas, aunque desde muchos espacios nos pongan palos para que nos caigamos de boca. Lo que hace falta es armonizar los movimientos para ir a la par sin tropiezos.
¿Y si reúnes a todas las madres del mundo mundial para que hagan la revolución en casa con tu libro y así nos ahorramos tiempo?
Lo veo, sí. Las frases de madre son oro puro. Y ellas siempre son revolucionarias a la manera que sus vidas les permiten. En mi caso me he dado cuenta con el paso del tiempo. Ahora le digo a mis alumnas que, si no lo hacen ya, hablen con sus madres no solo como madres, sino como mujeres. Que les pregunten qué esperaban de la vida, qué querían hacer, qué sueños se les quedaron en el camino. Muchas de esas frases de madre son las consecuencias del sistema patriarcal hecho tuit. ¡También inventaron eso! Piensa en algunas como “Pero ¿os habéis creído que soy vuestra esclava?”: la explotación no remunerada; “Un día cojo la puerta y no sé qué va a ser de esta casa”: la conciencia de que no son para sí, sino herramientas, “Esto es el cuento de nunca acabar, acabas con las meriendas, empiezas con las cenas y otra vez a empezar”: el tiempo circular; “Un día me vais a matar de un disgusto”: la represión mediante el “qué dirán” y la culpabilidad derivada de identificar lo ajeno con lo propio. Y el disgusto era por igual un suspenso en Religión que el que la vecina te pillara sacándote un moco al salir del ascensor (y prometo que la del ascensor no soy yo).
Que se vengan todas a mi casa y que me cuenten sus frases, sus palabras, sus silencios. Y qué las hace reír. Eso sí sería un libro. Además, aprovecharía para preguntarles por la frase más enigmática de la historia de las frases de madre. Tú pedías algo y te respondían: “¿Qué niño muerto ni qué niño muerto?”. Nunca he conseguido averiguar de dónde sale ese “niño muerto” que creí familiar, pero he averiguado en las redes que es una expresión muy extendida. Por favora ¡contádmelo!
Ya que no cuela la excusa de que no se usa el lenguaje inclusivo porque se requiera de presupuestos ¿tendremos que comprar la voluntad de los señoros de la RAE?
Creo que, si se comportaran como una institución democrática, paritaria, transparente, con participación de la sociedad civil, la RAE tendría todo por ganar sin necesidad de venderse. Aunque no parece que sea el camino que han elegido. Ahora mismo hay una entidad privada que les patrocina, hay anuncios y publicidad en su web…
Tú que no eres fácil de contentar te propones rizar el rizo y dar un paso más: del lenguaje inclusivo a la comunicación inclusiva ¿A alguien le va a dar jamacuco?
Bueno, dice el DLE que el jamacuco es una “indisposición pasajera” así que espero que sí. ¿Qué es eso en comparación con el machismo, que es una enfermedad que ataca sin excepción y puede llegar a ser mortal?
El masculino inclusivo es una excepción y sin embargo no las han colado bien colada…
Palabra y poder son un equipo perfecto. Te prohíben estar. Como no estás te dicen que no hace falta nombrarte y, cuando regresas, la que se fue a Sevilla perdió su silla. Si te he visto no me acuerdo. Por eso, cada vez que nos nombramos o exigimos ser nombradas lo sienten como una pérdida de algo suyo. Y lo es: es la pérdida de una parcela de poder que no les corresponde, aunque lo detenten desde hace miles de años. Y con este “les” no me refiero a la RAE, sino al poder del sistema patriarcal. A quienes se sienten en el machismo como pez en el agua. Hoy la pecera, a muchas, se nos ha quedado pequeña.
Hablando de palabras de ese diccionario ¿Lo de puta y sombrero es muy descarado, no?
A mí lo de los ciento y pico sinónimos de puta me dejaron atónita cuando Carlos de la Fé, en una de las campañas de la RAE, empezó a hacer el recuento. Y en ese momento eran 73. Ahora ya van 156, pero queda mucho más de medio DLE por rastrear. Es muy significativo. De todas formas, entiendo que si el uso existe se recoja. Lo que no entiendo es la ausencia de marcas que informen de su machismo, sexismo, desuso, malsonancia... Eso no es lingüístico, es ideológico, algo que nos reprochan a las feministas constantemente, de querer “ideologizar el diccionario”. Ya, ya, como si estuviera limpio de polvo y paja. Tampoco entiendo que, habiendo señalado la asimetría en la definición de sombrero desde 2013 en 2019 siga ahí, “adornando” el diccionario.
Ahí donde las lenguas diferencian entre lo masculino y lo femenino en palabras asociadas a hombres y mujeres hay sociedades más marcadas en los roles de género. Esto que dices es brutal.
Mientras hacía el estudio para el libro lo intuía, pero no conseguía encontrar datos que lo avalaran. Y apenas unos días antes de ir a edición apareció un estudio que apoyaba esa hipótesis. Resumen: “Gender languages appear to reduce women"s labor force participation and perpetuate support for unequal treatment of women”.
¿El lenguaje actual es política y propaganda del machismo?
Sí. Y lo digo sin el menor resquicio de duda. Una sociedad machista solo puede tener una lengua machista. Por eso cambiar solo el lenguaje no cambiará la sociedad, pero sí es imprescindible para el cambio.
¿Cuál es tu palabra preferida?
Piruleta. Cuando era pequeña no me atrevía a decirla porque siempre pensaba que iba a confundirla con pirueta. Y la evitaba.
¿Una palabra a dedicar a la RAE?
Tocomocho. Porque el masculino supuestamente genérico no es, ni más ni menos, que un timo pasado de moda.