Publicado el 14 de junio a las 16:33
Aun estoy tragando saliva y dándole vueltas a la cabeza. El run- run me viene por un evento al que asistí. De primeras me pareció interesante. Cuatro mujeres (dos españolas y dos italianas) hablando de liderazgo y superación. Yo, que soy como Mafalda, que no es que sea cotilla es que tengo curiosidad (de periodista), por más que pregunté la identidad de las cuatro mujeres no recibí más respuesta que la de su profesión. Una piloto, una boxeadora, una empresaria y una periodista. Se pretendía que fuera una sorpresa saber quiénes eran ellas y lo que allí iba a pasar. ¡Y vaya si fue una sorpresa!
Yo empecé como a inquietarme desde el minuto uno. Nada más empezar su organizadora habló en la introducción del evento del liderazgo y los tacones. ¡Que oye! ¡Que yo en otras épocas de mi vida era de no salir de casa sin ellos pero a mi edad y con dos churumbeles tras los que tengo que salir corriendo, ni las piernas ni los pies de mis 48 años me dan ya para subirme al andamio! ...Pensé en las que no les gustan los tacones ni falta tampoco que les hacen para ejercer como lideresas.
De los pies el discurso pasó a otro lugar: el de la inquina femenina por la zancadilla. Escucharla decir que las mujeres somos “nuestras peores enemigas” y subrayar la frase como si estuviera usando la negrita en el Word, me hizo pensar en el título del evento: “Hermanadas” Yo. que como ya he dicho, no soy de tacones pero sí de un must que va de serie conmigo: el de las gafas violetas me dije… ¡Bueno seguro que ahora habla de que lo de ser malas entre nosotras forma parte de la educación patriarcal que nos quiere divididas y usando las mismas armas que ellos pero ahora hablará de la sororidad! Pero ese discurso no llegó.
Ser mujer no es sinónimo de ser feminista
Lo que si llegaron fueron las presentaciones. ¡Venga me dije! ¡Seguro que ahora llega lo que a mi tanto me gusta: escuchar mensajes feministas! Por España estaban Pilar Mañas (primera oficial del Aire del Ejército de las Fuerzas Armadas), Mirian Gutiérrez, (boxeadora y superviviente de violencia de género siete veces campeona amateur de España y campeona de Europa) y por Italia acudían Benedetta Negrini (empresaria y fundadora de la tienda de alimentación de productos italianos Negrini) y Benedetta Poletti , directora de Elle.
Y ahí se dijo lo más grande. Mañas desfiló con palabras dejando claro del lado en el que estaba. “Estoy en contra de las cuotas. La vida tiene que encajar de forma natural. No hay que imponer cifras, ni mujeres. De hacerlo las mujeres pasamos a ser meros números…Que la que llegue, lo haga por su valía…que lo de imponer por contrato social o contrato de arras la igualdad era más que una tontería y que lo importante era que cada pareja, de forma individual se organizase como quisiera”. ¡Mátame camión me dije a mi misma y también solté en twitter!.
Benedetta Negrini tampoco se quedó corta. Ella ni creía en ellas ni tampoco las necesitaba. “Es como poner a las mujeres en un zoo”, es hacer que las mujeres “seamos tratadas como la tasa rosa”. Ella, ironías de la vida, en su misma exposición hablaba de lo “divertido a la vez que cansado” le resultaba tener que negociar sus productos con los distribuidores de embutidos españoles, que son muy del siglo pasado, y de cómo había optado por la estrategia de mandar a los hombres a negociar con ellos porque no la tomaban en serio…
Y llegó un momento en el que se me partió el alma. Era el turno de Mirian Gutiérrez, boxeadora y superviviente de violencia de género. Siempre digo que para mí no hay mujeres más valientes que ellas (tanto las que se deciden a dar el paso de salir del amor que duele como las que no), porque cada día conviven con un delincuente que las maltrata, abusa, insulta, denigra, viola, destroza, hunde…e incluso asesina. Y Mirian dijo entonces que ¡no hay “ni machismo ni feminismo” y que aquello “de ser feminista radical” es de lo peor! Y entonces me quise morir. No solo por ella (que gracias al feminismo, a pensar que es igual que un hombre, salió del infierno), sino por las mujeres que asistían al evento que aplaudieron a rabiar sus palabras.
Y a rabiar ese público (que no se sentía feminista sino femenino) también ovacionó a la militar Mañas en su arenga contra el lenguaje inclusivo . “Si la RAE que sabe mucho dice que lo correcto es la O ¡qué tontería es esa de usar la A! También añadió que la literatura nos aúna e iguala en visibilidad a hombres y mujeres. Debe ser que no está informada que las mujeres hemos sido borradas de todos los lugares y que no aparecemos o somos minoría en su admirada Academia donde a día de hoy solo hay 8 mujeres frente a 36 hombres) .
Me acordé allí mismo de una hermana que de esto sabe mucho María Martín y de su libro #NiPorFavorNiPorFavora (¡irse a comprarlo ya por las diosas!. “LA RAE exhibe sin pudor su postura contraria a los derechos humanos de las mujeres. Saben muy bien que si algo no se nombre no existe”. Y como muestra pongo una de tantas palabras que Maria nombra en sus páginas. Para la RAE mientras que una prostituta es “una mujer pública”, un hombre público es un “hombre normal”. Y va otro ejemplo: el de la “ninfomanía” está bien para ellos, pero según el insigne diccionario al que hay que obedecer, la ninfomanía “es una patología específicamente femenina” ¿sigo?
Tanto pudor y rabia le da a Mañas la “a” que hasta dijo que por encima de su cadáver va a firmar nunca un documento en el que ponga que es “jefa”. Porque ella “ni se quiere separar, ni quiere quitar sitio alguno a ningún hombre”. Tal es su convicción que dijo: ¿Quitamos el machismo para poner el feminismo? Y su respuesta fue. “Si hacemos eso no llegaremos a ninguna parte”. Reclamaba, como Frank Sinatra, que cada uno (que no cada una) viviéramos de forma individual a nuestra manera. Y las mujeres volvieron a aplaudir cual club de fans.
En ese momento Simone Beauvoir me susurró al oído: “El feminismo es una forma de vivir individualmente y de luchar colectivamente”. Lo que allí se respiraba no era nada de eso. Tras una hora de tortura decidí a lo Rosa de Luxemburgo liberar cadenas e irme. Salí a la calle y me sentí feliz de mi feminismo radical pero triste por tanto trabajo que queda por hacer.