Siempre intuí la infinita soledad de mi padre. La soledad nació y se fue con él. Quiero creer que algo de él me enseñó a sacarle a la soledad el mejor partido; lo sigo haciendo, haciendo que no sea una soledad estéril.
Mi madre no aceptó jamás una derrota. Llevó siempre clavados en el alma los bombardeos, los muertos, el hambre, la amenaza del destino condenándola a la miseria, pero no hubo recuerdos, por horribles que fuesen, que la hicieran recluirse en un rincón a llorar sus penas. Hizo que pasara lo que quería luchando como no recuerdo mujer alguna que luchara como ella en aquella época. En los momentos más difíciles de mi vida adulta, el recuerdo de su lucha heroica me empujaba a seguir adelante; aún me empuja.
He podido darle a mi hijo el amor y la atención que mis padres no pudieron darme por su profesión. Y también he intentado darle el mismo ejemplo que ellos me dieron. Viéndole hacer, creo que lo he conseguido, que ese ha sido mi mayor triunfo.
Hablar de triunfo a los setenta años con una pensión no contributiva parece una broma de mal gusto. Parezca lo que parezca, no tendría perdón ni de mi misma si considerara mi vida un fracaso.
Empecé a escribir a los siete años y no he parado. He escrito siete novelas, un libro de cuentos, tres de poesía, una biografía y montones de artículos, todos en condiciones difíciles y a veces hostiles. No puedo quejarme por no ver mis libros publicados ni por no haber cobrado por mis artículos. Cinco novelas se fueron al fuego antes de intentar editor. El libro de cuentos, lo regalé. Recopilé los poemas con los que estaba de acuerdo en una antología personal. El único libro que vio la imprenta con una muy buena edición fue la biografía de mi padre. La pagué yo montando una editorial. El libro se agotó en pocos meses, pero no pude hacer una segunda edición. Perdí dinero porque no tenía distribuidor y me costaron más los envíos de lo que me costaba cada libro. Lo que no he perdido es la satisfacción por lo que he hecho. Hoy envío mi poemario y la biografía de mi padre en PDF gratuitamente a quien me los pida. Los que saben que no llego ni a mitad de mes no entienden por qué no cobro suscripciones a mis blogs y no cobro en ellos los libros que envío. Una de las razones que me impide hacerlo es la empatía. Muchas veces me he quedado sin poder leer un artículo por no poder pagar la suscripción a una página o comprar un libro por lo mismo. Es una experiencia desagradable y no quiero que le pase a nadie que me quiera leer. Pero sobre todo, en el fondo, lo que no quiero es que nadie se quede sin leerme por falta de dinero. La única recompensa que, para mi, justifica mi trabajo es saber que tengo un lector.
O sea, que con mi trabajo como escritora no he ganado ni un céntimo. ¿Eso cuestiona mi trabajo y mi dedicación? Si alguna vez lo hubiera cuestionado, que no fue el caso, Juan Goytisolo me disipó toda duda. En su discurso de aceptación del Premio Cervantes de 2014, uno de los discursos más memorables que he escuchado, Goytisolo nos dice que la gloria de escribir es escribir y que quien no lo entienda así no es un escritor, es otra cosa. Esos escritos que para los tasadores de la creación no valen nada porque nadie los compra con dinero, cobran, por las palabras de Goytisolo, el valor incalculable de una creación humana. Que nadie se atreva a decir a alguien que pierde el tiempo escribiendo. Goytisolo nos ha dado los argumentos indiscutibles con que defender nuestra adicción a escribir (La cita es del artículo que escribí ese día).
Vale la pena escuchar ese discurso de Goytisolo, vale el esfuerzo de seguirle a través del panorama sombrío en el que vivimos y que él describe; para entenderlo e indignarnos y reaccionar. Porque de la reivindicación del escritor, Goytisolo pasó a echarles a la cara a las barrigas sentadas la tragedia de los parados, de los inmigrantes, de los niños pobres. Esa descripción de la cloaca en la que vivimos y que cubrimos con la alfombra de la hipocresía ofrece dos caminos. Volver a ponerle la alfombra encima para seguir ignorando nuestra estupidez o hacer que pase, hacer que pase algo que nos permita empezar a limpiar tanta mierda.
La elección de hacer que pasara lo mejor sin esperar a que me cayera por suerte, ha tenido para mi la invaluable recompensa de estarme ganando plenamente el derecho a vivir, de haber hecho de mi vida una vida útil, de estar devolviendo cuanto de bueno recibí. No sé si me equivoqué al no perseguir la gloria. Sé que la exquisita mierda de la gloria, en palabras de García Márquez, no hubiera contribuido a que me quiera más de lo que me quiero ni a sentirme más orgullosa de lo que me siento. Lo que sí ha contribuido a ambas cosas es que, en gran parte gracias a la literatura, nunca he perdido el tiempo mirándome el ombligo.
Por no vivir ensimismada en mis cosas he podido ampliar mi vida con las vidas de los demás. Fueron las vidas de los demás lo que me ha dictado la escritura. Hace unos años dedico casi todo mi tiempo a escribir sobre mi opinión política. También fueron las vidas de los demás lo que me llevó a apasionarme por la política y a defender con todas mis facultades el socialismo democrático. Y la certeza de que los principios del socialismo democrático son, hoy por hoy, lo único que puede salvar el mundo de la deshumanización, me hizo lanzarme de cabeza a defender al PSOE. En ello estoy ahora y más que nunca porque se acercan unas elecciones y, fiel al ejemplo de mis padres, sé que tengo que evitar que pase lo peor y que el único modo de evitarlo es haciendo que pase lo que creo mejor para todos.