La novela picaresca, aunque se encuentra en la historia literaria de diversos países, surge como género españolísimo a partir de nuestro glorioso Siglo de Oro. Eran, entonces, historias de infelices que narraban las desventuras que su humilde cuna les había obligado a soportar y los engaños y estafas que les inspiraba su ingenio para burlar a los señores que les explotaban. La historia ha tratado muy mal a todos los nacidos en cuna humilde, sean de donde sean, pero la naturaleza ha querido dotar a los españoles de un talento superlativo en el arte de concebir artimañas para sobrevivir.
Quiso la vida que la muerte del hombre que mantenía a los españoles acogotados en la edad oscura con la ayuda de un clero devotamente dedicado a acogotar, abriera la puerta del país a Europa; de las fábricas, a los sindicatos; de los sindicatos, a los obreros dispuestos a la huelga para exigir sueldos y condiciones de trabajo dignos. Los obreros dejaron de esperar a que sus hijos se acercaran a la adolescencia para echarles a la fábrica o al almacén o a donde pudieran ganarse un jornal, y esperaron a que terminaran el bachillerato para empujarles a la universidad con la esperanza de que se convirtieran en señores. Esos hijos hicieron carrera y se compraron coche y piso, pero a pesar de su nuevo estatus, votaban a las izquierdas porque eran progres con estudios. Y entonces empezó el nuevo siglo con el euro y los viajes low cost y los outlets para presumir de marca; lleno de pantallas y de oportunidades para todos. Hasta que, en lo mejor de la fiesta, llegó el monstruo de la crisis y mandó a la mayoría al carajo.
La España de este siglo ha superado el analfabetismo y, hasta cierto punto, la ignorancia. Ya no es lugar propicio para pícaros renacentistas ni para timadores callejeros. Pero ciertas tradiciones se llevan en la sangre con la fuerza indeleble de los arquetipos junguianos. Con la crisis, volvió la españolísima picaresca a recrudecerse, porque en realidad nunca ha dejado de existir. Con la crisis, proliferaron los pícaros dispuestos a soslayarla sacándole al prójimo cuanto les hiciera falta para vivir bien y mejor.
El pícaro más notorio del siglo XXI ya no es el siervo que estafa a los señores. El pícaro más notorio del siglo XXI lleva corbata y chaqueta y utiliza su ingenio para medrar en los partidos políticos e ir ascendiendo hacia el poder con el objetivo de enriquecer su bolsillo, su ego o las dos cosas. La picaresca del nuevo milenio le ha dado la vuelta a la tortilla. Ahora son los señores políticos los que estafan a los miserables.
Aunque, en honor a la verdad, la falta de escrúpulos y el cinismo sin mesura con el que algunos líderes políticos hoy intentan engañar a los ciudadanos de este país desbordan a la novela picaresca. Es tal la mediocridad, mezquindad, vileza que aqueja a lo más granado del elenco político que sus personajes más bien encontrarían lugar en la Feria de las Vanidades que Thackeray subtituló Una novela sin héroe porque de las peores lacras de la naturaleza humana, no se salva en ella ni el apuntador.
Los que hoy se escudan en la política para medrar y robar tienen del pícaro la amoralidad y la falta de vergüenza, pero les falta el ingenio que hace al pícaro un personaje simpático, hasta cierto punto admirable y digno de perdón. Los politicastros de hoy ni siquiera se molestan en ejercitar la astucia y disimular su inmoralidad. En la campaña que todos estamos sufriendo, esos individuos recorren el país disfrazados de líderes y exhiben sus lacras morales sin pudor porque están convencidos de que las víctimas de sus timos tienen la conciencia tan corrupta como la suya y en el fondo admiran el desparpajo con el que proclaman su indecencia.
Los ejemplos más conspicuos de esta nueva clase de timadores son, en orden alfabético, Abascal, Casado y Rivera.
No se distingue Abascal por la mentira. El programa que no oculta y pregona sin ningún reparo, apela a lo peor de la persona, a las personas que van por la vida con los puños preparados para defenderse de un mundo que consideran hostil porque son incapaces de convivir en él usando su facultad racional y la capacidad de empatía. Su programa sugiere sangre, muerte y la prevalencia prehistórica del más fuerte sobre el más débil. Dicen las encuestas que el partido de Abascal puede ganar más de doce diputados; más de doce representantes de cientos de miles de españoles que estarán en el Congreso recordándonos que entre nosotros viven admiradores de la gesta que sembró a España de muertos e inoculó en los vivos el rencor, el resentimiento, la desconfianza, el miedo al prójimo; que entre nosotros viven cientos de miles de españoles que rigen su vida por valores que les impelen al rencor, al resentimiento, a la desconfianza y el miedo al prójimo y a desahogar sus frustraciones contra los animales, las mujeres insumisas y los extranjeros indigentes. Pero entonces, si Abascal pregona esos valores en su programa público, no se le puede acusar de timador, ¿no? La gran mentira de Abascal y los suyos, el timo abominable, es intentar convencer a los españoles de que todas sus llagas quedarán ocultas y sus pecados serán perdonados por el poder taumatúrgico de la bandera de España.
Casado no cree en la eficacia de los símbolos ni en el poder de las reliquias. Es más de este siglo. Si la mentira, desnuda y sin afeites, le entregó el poder de la primera potencia mundial a un fantoche mediático y consiguió chiflar a los ingleses para que votaran salir de Europa, está clarísimo que en la era de las redes y los Whatsapps, lo que gana elecciones es la mentira. ¿Para qué darle más vueltas?
Casado se ha convertido en un incansable divulgador de disparates que recorre todo el territorio español como monologuista en gira. ¿Qué hace el gobierno los viernes? Decretos abertzales, dice, estirando los labios en sonrisa abierta para que no se aprecie la más mínima vacilación. Los abertzales se quedan tan desconcertados con la ocurrencia como el sevillano despistado de Ocho apellidos vascos. Y Sánchez se arrodilla ante Otegui y Otegui dice que ha merecido la pena el terrorismo del disparo en la nuca, revela Casado sin inmutarse. ¿Por lo de los decretos abertzales?, se preguntan los vascos ojipláticos. ¡Ostia! ¿Y a la gente no le da miedo que un tío tan zumbado pueda llegar a presidente? Igual de desconcertados están los independentistas catalanes de tanto oírle a Casado que Sánchez va a pactar con ellos un referéndum de autodeterminación y concederles la independencia si hace falta. Pero, collons, si ese tío animó a Rajoy a decretar el 155 y a meternos a todo el govern en la cárcel, protestan. Los que le crean a Casado no les van a creer a ellos cuando dicen que Sánchez es igual que Rajoy.
Puede que alguien le sugiera tímidamente a Casado que se está pasando, que no le va a creer ni su abuela. Pero Casado no pierde la sonrisa. Ya sabe que no le van a creer, pero esas mentiras alegran a los que le tienen tirria a Sánchez, y esas alegrías se las van a agradecer con votos. La mentira vende porque la mayoría la compra porque más valen mil mentiras que te alegren la vida que una verdad que te la descomponga. Por eso a Casado se le ocurrió montar mentiras en plan industrial empleando a expertos en la materia para que le montaran una red de cuentas con perfiles falsos en Twitter y en Whatsapp. Igual que los rusos, toma ya. Mentiras, mentiras a miles contra Sánchez y seguidores a miles que viralizan mensajes a favor del PP. Ya han salido unos cuantos aguafiestas que se han propuesto descubrir bots y fake news, pero no les va a dar tiempo a descubrirlos a todos y, de todos modos, a la hora de votar la gente recordará el hashtag #Sánchezmentiroso y olvidará el #Hazquepase porque hacer que algo pase requiere cierto esfuerzo. Casado está convencido de que es un crack.
¿Y Rivera? Rivera es el timador del poti poti. Para sugestionar a los votantes, igual recurre a los mantras de Abascal que a las mentiras de Casado, que a las reivindicaciones de las feministas que a las defensoras de los vientres de alquiler, que a lo más rancio de los valores masculinos que a los derechos de los LGTBI, que no falte una bandera arcoíris en sus mítines junto a la de España y a la de Europa porque Rivera es tan socialdemócrata como liberal y tan liberal como progresista porque es todo lo que quiera el votante potencial. Entonces, ¿qué son quienes le votan? Se supone que gente de derechas que ya no soporta la corrupción del PP ni comparte las voladas franquistas de Vox. ¿Y se pregunta esa gente qué haría Rivera si llegara al gobierno? Seguramente no. A la mayoría, las profundidades de la picaresca política la aburren y a quien en ellas se zambulle puede acabar con dolor de cabeza.
Cómo le dolería esta España a Unamuno. Cuánta materia para inspirarse encontraría
Mateo Alemán. Si no fuera porque después de las elecciones la calidad de nuestras vidas dependerá del gobierno que salga, sería para
tomarse a esos pícaros a guasa y hasta para reírse de sus ocurrencias. Pero
la situación no está para reírse porque resulta que esos pícaros se
están riendo de todos nosotros y más que reirán si consiguen sentarse en las butacas del Consejo de Ministros.