“Un pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla…” es una frase muy popular, atribuida a Confucio o Aristóteles, pasando por Russell y hasta Churchill. A día de hoy no se conoce un “dueño” en concreto, sin perjuicio que sea menos cierta.
En un clima de encendida precampaña electoral, no estaría nada mal recordar a algunos dirigentes políticos que la historia de España no se circunscribe solamente a gestas como la de las Navas de Tolosa, la batalla de Lepanto o la conquista de América. Hay otra parte de nuestra historia que pretenden ocultar y que nunca es tarde para recordar: quiénes somos, de dónde venimos y también a dónde nos fuimos. Me refiero a esa España emigrante que se tuvo que buscar un futuro mejor, primero en América durante las primeras décadas del siglo XX y después en Francia, Holanda y Bélgica, etc. tras el fin de la Guerra Civil y durante el franquismo.
No obstante, no hay que remontarse 40 o 50 años, basta con echar la vista atrás unos 7-8 años. Durante la etapa más dura de los recortes sociales del gobierno de Mariano Rajoy, miles de jóvenes españoles muy preparados, con carreras y másteres, se exiliaban para buscarse la vida en Reino Unido o Alemania, volviendo a hacer el mismo recorrido que habían hecho sus padres o abuelos unas cuantas décadas atrás. Para la entonces ministra de Trabajo, Fátima Báñez, se marcharon en búsqueda de una “movilidad exterior”. La realidad es que siempre fuimos una España emigrante e inmigrante en otras tierras, en otros países, en otras culturas. Pero es evidente que para algunos partidos políticos esa historia de su querida España no interesa. Con el fin de sacar tajada electoral, están focalizados en criminalizar, con enjundias y mentiras, a los que se quedan y a los que deciden venir. La atribución de determinadas características peyorativas a los inmigrantes, el rechazo y el miedo a ellos por el solo hecho de serlo, según la Real Academia Española (RAE) es Xenofobia.
Una Xenofobia en aumento por una “derecha sin complejos” que no le importa servirse de las redes sociales para divulgar a través de noticias falsas y datos manipulados la criminalización del extranjero, atribuyéndole los males de nuestra sociedad como su seña de identidad. En los últimos meses, hemos visto cómo han circulado bulos, de forma torticera e intencionada, de la vinculación estrecha de los inmigrantes a la delincuencia, a la violencia de género, a las ayudas sociales… Sin duda, es más fácil ver la paja en el ojo ajeno que en el propio.
“Vienen a robarnos el trabajo” es uno de los mantras más difundidos, pero no por ello cierto. Hace tan solo unos meses, en Jaén se vieron obligados a hacer una convocatoria pública, anunciada en los medios de comunicación, porque no había mano de obra suficiente que fuera a recoger la cosecha de la aceituna.
Otro caso emblemático es el de Huelva: la mayoría del personal contratado para la cosecha de la fresa son mujeres marroquíes que, no sólo tiene que soportar extensas jornadas de trabajo a salarios muy bajos, sino que además están expuestas a agresiones sexuales de sus capataces, casos que han sido denunciados públicamente en los medios de comunicación.
En este sentido, un hecho no menor son las redes mafiosas que se aprovechan de las necesidades de miles de mujeres en sus países de origen a las que les prometen un trabajo de camareras de hotel o en un restaurante. Después acaban obligadas a ejercer la prostitución bajo condiciones de total esclavitud y hacinamiento para saldar “su deuda” con sus proxenetas por los billetes y la estancia. Incluso llegan en algunos casos a estar marcadas físicamente con un código como si de un objeto se tratase. Pero, es evidente que estas vejaciones, estos abusos y el maltrato, especialmente a las mujeres inmigrantes, no interesa. Hasta tal punto que el líder del Partido Popular, Pablo Casado, ha llegado a proponer que las mujeres que den en adopción a sus hijos podrán permanecer unos meses más en nuestro país, en un claro y aberrante chantaje que hace “elegir” a una madre, en una situación de vulnerabilidad extrema, entre quedarse con sus hijos o tener “papeles”. Insensibilidad en estado puro.
“La violencia de genero es mayoritariamente en parejas inmigrantes” pero la realidad es tozuda y desmiente rotundamente esta afirmación. 18 de los 47 asesinatos machistas que se produjeron en 2018 en nuestro país fueron cometidos por personas de nacionalidad extranjera. El resto, un 62%, fueron cometidos por personas de nacionalidad española.
“La mayoría de delincuentes son de fuera” hecho que el propio Ministerio del Interior desmiente: a cierre del año 2017, el 72 de 100 de los reclusos son de nacionalidad española, mientras solo el 28 tiene origen extranjero.
A pesar de estas falsedades, sin contar con datos actualizados sobre el impacto económico y social de la inmigración, podemos remontarnos a un estudio de La Caixa del año 2011, cuando el porcentaje de habitantes de España nacidos en el extranjero era ya superior al 10%, que revela que los inmigrantes aportan a la economía más de lo que reciben en cuanto al pago de impuestos, gastos en sanidad y en pensiones en comparación a los nacionales. En esos años de plena crisis, este mismo estudio puso a la inmigración como factor dinamizador de la economía en relación a que los inmigrantes no sólo gastan, sino que invierten en vivienda, en formación y son un elemento necesario e imprescindible para el sostenimiento del sistema público de pensiones por el aumento de la base demográfica por traer aparejado mayores índices de natalidad.
En pocas palabras, hay un interés manifiesto por responsabilizar de nuestros propios males como sociedad al otro, por el mero hecho de ser diferente, por haber nacido en otro país, en otra cultura o simplemente porque nuestros propios padres o abuelos decidieron alguna vez marcharse de España en tiempos convulsos donde la falta de libertad, de derechos o de pan para llevarse a la boca, les obligaron a dejar su Andalucía, su Extremadura, su Galicia, o su Asturias, como es el caso de mi abuelo que se fue con las manos vacías para Argentina pero a base de mucho esfuerzo y sacrificio, se abrió paso, formó una familia para nunca más volver…
Han pasado muchos años y desde hace 12, muchos como yo, estamos haciendo el viaje de vuelta, ese que no hizo mi abuelo; Miles como yo, trabajamos, aportamos nuestra formación y nuestros conocimientos, contribuimos al sostenimiento de las pensiones de nuestros mayores, consumimos, pagamos alquileres, pagamos nuestros impuestos… Yo en Madrid, pero ¿cuántos de nuestros hijos, hijas, amigos, sobrinos y nietos hoy viven en Londres, París, Bruselas o Berlín intentando abrirse camino? Y Si ahí son inmigrantes que llegan con mucha ilusión y ganas de progresar como los que llegan a cualquier ciudad española. Seguramente, también, querrán ser bien tratados y no estigmatizados como últimamente está ocurriendo en España.
Para los que se olvidaron de esta parte de la historia de nuestro país, nunca es tarde recordar de dónde venimos, ¡quiénes somos, a dónde fuimos y dónde podemos ir!