Publicado el 18 de febrero a las 17:12
En un giro inesperado pero no sorpresivo de Daniel Ortega, la semana pasada apareció en Nicaragua encabezando una delegación de la Secretaría General de la Organización de Estados Americanos (OEA), Gonzalo Koncke, Jefe de Gabinete de Luis Almagro. Recuérdese, para entender el giro, que el año pasado Ortega pidió la destitución de Almagro, por sus posiciones en Venezuela.
Inesperado pero no sorpresivo, porque a Ortega lo único que le interesa es el poder, y para eso solamente es fiel a sí mismo, no importándole valores, doctrinas, ideologías, alianzas o amistades. Mientras ha vocalizado el discurso del “Socialismo del Siglo XXI”, en Nicaragua se alió con su archienemigo Arnoldo Alemán, liberándolo de prisión por corrupción, alzó un muro militar en la frontera con Costa Rica para detener la emigración de africanos y sudamericanos hacia Estados Unidos, antes que Trump fuese presidente, y mantuvo acuerdos con el denostado Fondo Monetario Internacional (FMI).
Ortega es “un proyecto personal de poder por el poder, de poder por el dinero y de dinero por el poder”, escribimos en un libro coral y plural, explicativo de las causas de la crisis, publicado en octubre de 2016, poco más de un año antes que estallara la crisis de 2018.
Cuando Ortega regresó al gobierno en enero de 2007, inició un doble proceso de mantenimiento de políticas económicas ortodoxas de los gobiernos precedentes, y de progresivo cierre de los espacios democráticos, en Nicaragua y dentro de su partido (el FSLN).
Mantener políticas pro-mercado y un entorno externo favorable (altos precios de exportación, tratado libre comercio con Estados Unidos, masiva cooperación venezolana, Acuerdo de Asociación con UE, entre otras), permitió sostener y ligeramente incrementar la tasa de crecimiento económico, que pasó a ser la segunda de Centroamérica después de Panamá.
El progresivo cierre de oportunidades democráticas tuvo dos aspectos. Primero, el control de poderes del Estado, hasta la exclusión total de la oposición política en las elecciones generales de 2016 (solamente participaron partidos subordinados al hegemónico FSLN). Segundo, el proceso de privatización orteguista del FSLN, con masivas y significativas exclusiones en el partido sandinista. Ambos procesos con el denominador común de configuración de una dinastía familiar, que incluyó el nombramiento de la esposa de Ortega como Vicepresidenta.
La otra cara del crecimiento económico fue la acumulación de agravios políticos en muchos sectores, lo que explica la generalizada crisis que estalló en abril de 2018: protestas pacíficas fueron reprimidas sangrientamente, en lo que la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) calificó que podría haberse cometido crímenes de lesa humanidad, entre las 325 víctimas registradas por la CIDH. La represión se ha mantenido desde entonces, configurándose un Estado de Excepción de hecho, con más de 700 presos políticos, casi tres mil heridos y decenas de miles perseguidos que han buscado refugio en países vecinos.
La visita de la Secretaría de la OEA llega en medio de otras señales que Ortega podría atender la demanda nacional e internacional de negociaciones para encontrar una solución pacífica a la crisis. Ese cambio de Ortega, si se confirma, llega en medio de un entorno de creciente crisis económica interna y de aumento de presiones internacionales, con el telón de fondo de la crisis de Maduro en Venezuela. ¿Otro “giro” de Ortega para engatusar a sus interlocutores nacionales e internacionales? Si ese es el propósito, todos estamos advertidos.