Quiso la leyenda dar el nombre de Don Julián al gobernador de Ceuta que facilitó la entrada a Hispania a los invasores musulmanes allá por el siglo VIII. Quiso el azar, para quien no crea en otra cosa, que allá por 1970, la España nacional-católica de Franco provocara en el alma de Juan Goytisolo un grito de reivindicación del traidor. Era el grito de un alma lúcida a la que resultaba insoportable contemplar a España hundida en la ignorancia, la miseria, la degradación moral bajo la bota de la dictadura. Frente a la realidad mugrienta, brutal del godo, apareció en la memoria de Goytisolo la grandeza de al-Ándalus en todo su esplendor, y de alegoría del traidor por antonomasia, Goytisolo convirtió a Don Julián en metáfora del redentor de España. Muchos no se lo perdonaron. Unos porque la escasa luz de sus intelectos no les permitió ni atisbar lo que Goytisolo veía; otros, porque se reconocían traidores sin redención posible.
El caso más conspicuo de traición en la historia reciente es el de aquel que permitió la entrada en los cielos de España de bombarderos alemanes e italianos para que hicieran prácticas de tiro sobre los habitantes de pueblos y ciudades. Como hasta Satanás merece descargo, a Francisco Franco no se le otorga unánimemente el título de traidor porque los hombres, mujeres y niños que mataron las bombas extranjeras no eran españoles, eran enemigos. Ese mismo argumento le exculpa del asesinato de sus compatriotas en acciones de guerra y ante pelotones de fusilamiento. Franco solo mandaba a matar enemigos y con gran magnanimidad. Como dijo uno hace poco, Franco mataba con amor, lo que no puede ponerse en duda si se le supone la voluntad de conceder a sus enemigos el descanso eterno antes de tiempo.
La despersonalización del enemigo que se utiliza en el entrenamiento de soldados para hacerles capaces de matar sin escrúpulos ni remordimientos sirve hoy en política para justificar infamias, disfrazar traidores y hasta para reivindicar la traición. La diferencia es que se trata de un juego como el paintball en el que no muere nadie. Apuntan las pistolas, pero en vez de balas, de las bocas de ciertos políticos sale porquería, un lodo espeso y apestoso difícil de limpiar que deja a la víctima hecha un eccehomo para irrisión del mundo. La víctima es España.
Se compone la oposición, por una pata, de tres partidos que se adjudican a la banda derecha por localizarles en una posición conocida. Los líderes de estas formaciones, sin embargo, escapan a las categorías clásicas por lo que, para ser más precisos, hay que meterlos en el cajón de sastre en el que hoy se meten los fenómenos que, llamándose políticos, se resisten a la clasificación: el cajón del populismo. Otra característica común a los tres es que los tres se lanzan al campo de batalla envueltos en la bandera de España. Defienden a la patria, dicen, a la unidad de la patria, a los valores de la patria; son campeones de la patria, por lo que, en circunstancias normales, habría que considerarles patriotas. Pero nada es normal en esta España políticamente maltrecha y embarrada.
El patriota Pablo Casado informó al mundo y sigue informando, día tras día, de que a España la gobierna un usurpador a quien el pueblo no ha elegido. Casado muestra así, ante el público mundial, a una España con los ropajes de su democracia hechos girones, ensuciada hasta tal punto por un gobierno ilegal, que en nada se distingue de cualquier país oprimido por cualquier tipo de dictadura; la de Venezuela, por ejemplo. A nadie que dé crédito a sus palabras puede sorprender que Casado acuse al presidente del gobierno de España de negarse a condenar al dictador encubierto que accedió al gobierno de Venezuela con trampas y que ha llevado a ese país a la ruina, aunque el presidente haya dado a ese dictador un ultimátum para convocar elecciones democráticas. Casado sigue repitiendo lo mismo porque todos los medios le sacan repitiéndolo y no está bien visto que un periodista corrija una mentira porque ya no está bien vista la verdad. A nadie sorprende que Casado diga que el gobierno se ha vendido a los independentistas catalanes que quieren romper España. Tampoco sale voz alguna en radio o televisión recordando al personal que el presidente apoyó la intervención del estado en Cataluña y que se niega a negociar con los independentistas cualquier cosa contraria a la Constitución. Ni el extranjero se sorprende ya cuando Casado acude a un foro internacional para afirmar que España es un desastre. Lo que sorprende a cualquier humano pensante, propio o extraño, es que se considere patriota a quien utiliza la difamación y la mentira para revolcar en el fango a su propio país; a cualquier humano pensante que aún piense, dando a las palabras el significado que tenían antes de que la modernidad o postmodernidad o postverdad o post lo que fuere transformara el lenguaje en un galimatías en el que las palabras ya no dicen lo que una cosa es, sino lo que a cada cual parece. En el lenguaje antiguo que unía la cosa al nombre del que era arquetipo, a quien faltara a la lealtad a su país se le llamaba traidor. Hoy, en España, se le llama patriota.
Patriota se considera el jovencito Rivera que plagia el discurso de Casado con la esperanza de que el personal no recuerde quién dijo qué primero y decida votarle a él por parecer más nuevo.
Patriota se pregona el que se vende a caballo, cual nuevo Cid, dispuesto a reconstruir el pasado godo del país cuando él y los otros dos hayan acabado de hundir en el fango a la impúdica España moderna. Este patriota promete acabar con los derechos espurios de mujeres, homosexuales e inmigrantes devolviendo España a los machos muy machos que gozan con la sangre del toro y de la caza y con la sumisión de las mujeres muy mujeres, respetando las sagradas leyes del Dios de la Iglesia que hace muchos siglos puso cada cosa en su sitio y en cada casa la sagrada familia como ese Dios la mandó; padre, hijo y prole de niños muy niños y niñas muy niñas y el que lleva el garrote es el más fuerte porque Dios hizo al varón primero y, de toda la vida, toca a los más débiles callar. Todos a callar cuando el nuevo Cid inicie la Reconquista expulsando de España a los moros, y España vuelva a ser la tierra yerma, libre de innovaciones extranjeras, por donde puedan pasearse a gusto millones de Álvaros Peranzules, admiradores del garbanzo y de la cabra hispánica, envueltos en la gloriosa roja y gualda, dignamente remendada, y gritando a todo el que les lleve la contraria: "¡Viva España!" ¿Puede alguien imaginar patriota más patriota?
A pesar de esos palmarios ejemplos de traición traidoramente encubierta mediante la tergiversación de las palabras, habrá quien piense que los únicos traidores sin disfraz que hoy sufre España son los independentistas catalanes. Falso. Cierto que el president de la Generalitat y el fugado autoexiliado expresident van por el mundo pregonando que el estado español oprime a los catalanes, que hay presos políticos, que la justicia española es injusta, que no hay libertad de expresión y una larga letanía de agravios que los políticos independentistas llevan años repitiendo. Pero esas mentiras no afectan a España, como las mentiras que indujeron a los ingleses a votar por el Brexit no afectan a Europa. Son falsedades tan evidentemente falsas que nadie las toma por lo que no son. Si no hay libertad de expresión en España, ¿cómo es que Torra puede ir diciendo libremente lo que dice sobre el estado opresor y volver a representar a ese estado en el Palau de la Generalitat como si no hubiera dicho nada? ¿Cómo es que si la justicia es tan injusta el presidente autoexiliado recurre al Tribunal Constitucional para que le haga justicia? Todo el espectáculo montado por los políticos independentistas suena a los demás a sainete español, muy español.
Los políticos independentistas no quieren destruir a España, quieren que Cataluña se vaya, y en la desesperación que les causa estar sujetos a unas leyes que no permiten la secesión, van por el mundo contando su tragedia para que alguien les ayude convenciendo a los irreductibles políticos españoles de que les dejen marchar. Podría decirse que son patriotas catalanes, pero tampoco. Como los otros traidores, se envuelven en la bandera de su país para traicionar, no a España, sino a Cataluña. Cataluña y España no son más que nombres de una realidad que existe porque en ella existen las personas que con esos nombres reconocen y poseen la tierra en la que habitan. Más de la mitad de las personas que existen en Cataluña no quieren discursos ni eventos secesionistas, no quieren pasearse envueltos en esteladas para pedir secesión, no quieren irse de una tierra que también sienten suya al pronunciar su nombre. Los catalanes de esa mitad se sienten traicionados cuando los políticos independentistas les ignoran llamando catalanes solo a la otra mitad. Más de la mitad de los catalanes se sienten traicionados cuando sus políticos amenazan arrancar a su tierra de la tierra de España.
Entonces, ¿patriotas o traidores?, se pregunta perplejo el español que piensa. Hace muchos años, Goytisolo se preguntó lo mismo y vivió para ver cómo España sobrevivía a sus momias y avanzaba sacudiéndose las telarañas. Hasta hoy, España ha sobrevivido a todos los patriotas que han intentado destruirla.