Socialdemocracia como antídoto ante el Brexit y el Euroescepticismo
Socialdemocracia como antídoto ante el Brexit y el Euroescepticismo
No hay canal para recoger a tanto naufrago del Brexit, por muy manchego que sea, y no habrá barco para acogerles de vuelta en cuanto la situación, esperemos, mejore y se enderece, circunstancia que solo se dará cuando las riendas sean asumidas desde los más lejos del conservadurismos y de los populismos, o lo que es lo mismo, sea liderada por una gestión bajo la convicción europeísta plena y la defensa del procomún...
Por razones familiares mis viajes a las Islas Canarias son habituales. Aprovechando una de las últimas escapadas, me aventuré en alejarme del territorio autóctono que siempre frecuento y sumergirme en las zonas generalmente conquistadas por el sol a la par que por los turistas, británicos en su mayoría. Andando o corriendo, pero siempre aprovechando el momento para cargar baterías, me fijaba en las caras de todos los afortunados que compartían paseo, carrera o sentada conmigo. De forma instintiva, y sin alejarme mucho de lo que luego sería una realidad, buscaba entre todos ellos a David Cameron o Nigel Farage, artífices del callejón sin salida al que han sometido a los británicos y que ahora ni están ni se les espera.
El señor Cameron, alto baluarte del conservadurismo del Reino Unido, y el señor Farage, máximo exponente del populismo oportunista en aquellas frías islas, han desaparecido del mundanal ruido dejando tras de sí el caos, y una vez instigado el Brexit, el desgobierno, la incertidumbre y la inestabilidad. Una actitud que muestra en todo su esplendor el nexo común de la derecha y los populismo, que no es otra que la busca del rédito inmediato, el beneficio particular y el aprovechamiento del instante, en lugar de velar por el bien común, el futuro y el bienestar de sus ciudadanos. Una conducta que, por desgracia, no se presenta de forma aislada, y que viene marcando la historia global de la siempre logrora derecha y de la no menos aprovechada corriente populista.
Mientras las últimas informaciones sitúan a Cameron en las coordenadas que corresponden a Costa Rica –de ahí la poca desencaminada búsqueda que llevé en nuestras queridas Islas Afortunadas-, y al otrora carismático Nigel Farage le falta campiña para salir corriendo desde que hace un mes abandonó hasta a su partido, sus compañeros de idearios, liderados por la moribunda Theresa May, tratan de contener la tremenda hemorragia empresarial y de talento británico que todos los días abandonan el viejo reino por tierra, mar y aire. Una marea, a tenor de los datos, que están lejos de calmar, y a la que se ha sumado, sin que se le haya movido un solo palo del sombrajo y al más puro estilo populista-conservador, Sir James Dyson, también conocido como el Steve Jobs británico, empresario de aspiradoras que lideró salida de la Unión Europea entre los empresarios, y que acaba de anunciar que traslada sus sociedades a Singapur, dónde seguirá, entre otros negocios, con su proyecto de innovación en movilidad eléctrica. Dinero y talento que huyen, vaya paradoja, en los bolsillos y cabezas de los patriotas que defendieron la soberanía por encima del bien común y que ahora buscan acomodo a miles de kilómetros de la tierra que dijeron defender.
Bajo la atónita mirada de los ciudadanos británicos, que libremente optaron por una opción que defendieron, promocionaron y vistieron los ahora desaparecidos políticos, se esfuman sin remedio las cuatro libertades fundamentales que desde el punto de vista económico promueve la Unión Europea: la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales. De esta forma, el precio de la soberanía se verá reflejado en empleo, fronteras y tasas, a lo que hay que sumar la pérdida de fortaleza social que hasta ahora les procuraba el privilegiado club europeo, especialmente en tareas de igualdad de oportunidades, diversidad e inclusión. Una situación, sin duda dramática, de la que ahora nadie se hace responsable.
No hay canal para recoger a tanto naufrago del Brexit, por muy manchego que sea, y no habrá barco para acogerles de vuelta en cuanto la situación, esperemos, mejore y se enderece, circunstancia que solo se dará cuando las riendas sean asumidas desde los más lejos del conservadurismos y de los populismos, o lo que es lo mismo, sea liderada por una gestión bajo la convicción europeísta plena y la defensa del procomún. Una vez más, constatada la cobardía de los desaparecidos instigadores, y demostrada la incompetencia de sus envenenados herederos, tendrá que ser la socialdemocracia europea la que, a pesar de haber sido interesadamente enterrada, ocupe la punta de lanza de la solución en las islas británicas y se anticipe ante posibles réplicas en Italia, Hungría, Holanda, Polonia y otros países de la ahora más que nunca necesaria Unión Europea.
El antídoto ante el fugaz aprovechamiento que, en forma de captación de votos, están protagonizando populistas multicolores y conservadores grisáceos, se encuentra en el ADN socialista, democrático y europeísta, que ahora renace como única fórmula de lucha frente a los astringentes soberanismos y las falsas promesas, siendo el huésped natural de los anticuerpos que ya actuaron, con éxito, en la Segunda Guerra Mundial, que, a posteriori, conformó nuestra realidad democrática, dando paso a un periodo de crecimiento social, económico y bienestar inédito en el mundo que hoy se llama Unión Europea. Una vez más, la pelota de la responsabilidad y del rigor cae en el mismo lado, en el lado que debe atender el daño ocasionado por la gestión cortoplacista, la huida cobarde y el beneficio de unos pocos por encima del de otros muchos.
Es la hora del socialismo. Es la hora de la democracia. Es la hora del europeísmo. La oportunidad se presenta nítida. La nueva corriente socialdemócrata renace y se extiende por todo el viejo continente bajo el epígrafe de los ejemplos que ya están marcando los gobiernos de Pedro Sánchez y Antonio Costa en España y Portugal. Desde la Península Ibérica, incluyendo sus islas, la señal está lanzada. Es cuestión de tiempo constatar que, lejos de enterrarse, la solución al euroescepticismo y a la podredumbre pasa por todos los partidos que componen el Partido de los Socialistas Europeos, PES, y que en mayo superará, con creces, los 178 diputados con los que hoy cuenta en el Parlamento Europeo.