La irrupción de Vox en el panorama político español, que ha dado al traste con la llamada “excepción española” – la que convertía a nuestro país en el único de cierto calado en la UE que carecía de un partido de extrema derecha con representación parlamentaria- ha colocado al partido de Santiago Abascal en el centro de la actualidad informativa nacional y de las conversaciones de ámbito político de millones de españoles. Puede parecer algo común: desde el “Sí se puede”, nos hemos acostumbrado a que partidos de nuevo cuño entren de lleno en instituciones y noticias y parezcan, sucesivamente, llevar la voz cantante de un supuesto cambio del paisaje político y social español.
Primero, parecía que Podemos iba a cambiar el mundo y parte del universo de la mano de un sorpasso al PSOE que nunca se produjo pero cuyas consecuencias fueron más bien negativas para el conjunto de la izquierda. Cedió el puesto pronto a Ciudadanos, protagonista de una suerte de moda que supo afianzar con su firme posición respecto a la asonada secesionista en Cataluña. Ahora le ha tocado a Vox recibir el voto del descontento masivo que, como una bandada de estorninos, evoluciona de manera poco racional de un extremo al otro; una situación de complejo e impredecible resultado que nos ha venido, como antedije, del “Sí se puede”. Claro, si uno puede, los demás también, y cualquiera se planta ahora mismo en un parlamento autonómico o en el congreso a poco que agite los ánimos del personal.
Sin embargo, tanta nueva realidad en un panorama político democráticamente joven y acostumbrado a la estabilidad del bipartidismo no se digiere fácilmente, al menos a porta gayola. La prueba más clara son los palos de ciego que los propios medios damos a la hora de definir la posición de Vox en el espectro político, bien de manera interesada o ignorante. ¿Son ultraderechistas, extremoderechistas o, quizá, fascistas? Vamos a tratar de arrojar luz sobre la cuestión.
Vox inició su andadura a principios de 2014 de la mano algunos miembros del sector más conservador del PP, desencantados con las políticas blandas, a su juicio, del partido liderado a la sazón por Mariano Rajoy. Ello les ubicó, en ese momento, en lo que se ha dado en llamar derecha extrema, caracterizada, en general, por un conservadurismo más marcado que el del centro derecha, el euroescepticismo y la pérdida de la vergüenza (ellos la llaman “complejos”) a la hora de defender lo considerado como propio contra lo considerado como ajeno, todo ello aderezado con un populismo demagógico atractivo para las masas descontentas con las consecuencias de la crisis económica. En esta derecha extrema podemos situar, por ejemplo, al primer ministro Húngaro Viktor Orbán y su partido Fidesz, al ínclito Donald Trump o al no menos inefable Jair Bolsonaro, Presidente de Brasil.
Sin embargo, desde la demostración de fuerza de Vistalegre, bien auspiciada desde “The Movement”, movimiento financiado por el extremoderechista estadounidense Steve Bannon, ex consejero de Trump, que intenta aglutinar a todo el espectro a la derecha del centro derecha en Europa con la intención de quebrar los consensos y la convivencia que dieron lugar a la UE, el partido de Abascal ha virado hacia posiciones que lo sitúan más en la extrema derecha. Ésta se caracteriza por el mismo populismo demagógico que la derecha extrema, pero una eurofobia mucho más radical que el euroescepticismo, además de un exacerbado nacionalismo acompañado de una no menos marcada xenofobia, apoyada con el uso de mitos acientíficos comunes, como que los inmigrantes “quitan” el trabajo a los nacionales o generan delincuencia y terrorismo. Son exponentes de la misma la AfD alemana o la Agrupación Nacional (antes Frente Nacional) de la francesa Marine Le Pen. En esto anda Vox últimamente, en la extrema derecha. No es poca cosa, pues les coloca casi al margen de los Derechos Humanos y de la Constitución Española, debilitada ésta como se encuentra por las críticas vertidas desde hace años desde Podemos y el secesionismo, pero en modo alguno parece que, a día de hoy, Vox sea un partido de ultraderecha. El término latino ultra tiene la acepción de “más allá”, por lo que llamamos de ultraderecha a aquellos partidos y movimientos que se sitúan por fuera del estado de derecho y son, por tanto, susceptibles de ilegalización. Se trata de grupos de inspiración neonazi o neofascista, en mayor o menor medida judeófobos y antisemitas, rotundamente islamófobos, no pocas veces supremacistas y racistas y, sobre todo, con muy fácil recurso a la violencia callejera y de ambientación marginal. Son infinidad los ejemplos en toda Europa, pero en España podemos destacar a España 2000, sobre todo en el Levante, así como a Democracia Nacional y Alianza Nacional. Además de lo antedicho, diferencian a Vox de estos partidos dos puntos fundamentales: la primera es que la ultraderecha es (o se pretende) antiliberal, mientras que Vox tiene un programa económico manifiestamente neoliberal. La segunda es que, mientras la ultraderecha se declara antisionista o incluso abiertamente judeófoba o antisemita, las simpatías del partido de Santiago Abascal por Israel son evidentes.
Y es que llamar a Vox ultraderecha significa empujar al grueso de sus votantes, descontentos o ignorantes, al margen del estado de derecho y la democracia, al borde del neofascismo; significa cerrar a ese electorado el camino de vuelta a la sanidad del voto y al sentido común. Por el contrario, el camino para enfrentar el extremismo pasa inevitablemente por el desmontaje de su argumentario de odio mediante una contranarrativa comprensible y veraz que muestre que la vuelta a los consensos entre liberales, democristianos y socialdemócratas que construyeron la UE y una era de paz sin precedentes en Europa es la única vía para preservar el sueño europeo y la prosperidad que hemos vivido durante estas décadas. Mostrar al electorado que las excursiones aventureristas por los polos no son la solución al descontento, es la única manera de evitar que la polarización desgarre la tectónica de nuestras sociedades y el caos acabe hundiendo nuestra civilización en lo más profundo del magma del odio, la disensión y la inestabilidad.
Agradecimiento especial: Movimiento Contra la Intolerancia, por los útiles datos contenidos en su cuaderno nº. 52