El pasado viernes, el aspirante a la alcaldía de Barcelona y ex primer ministro francés Manuel Valls lanzó, tras largas horas de silencio – supongo que medidativo – un comunicado de desagravio. Cuarenta y ocho horas antes se había hecho público el que alguna prensa española, la más progresista, y buena parte de la internacional tildaba como “el pacto de la vergüenza” o “la alianza de la derecha con la extrema derecha”. Valls se quitaba las pulgas de encima asegurando que su candidatura, que define como independiente pero que se cobija tras las siglas de Ciudadanos, es la única que garantiza que no habrá pactos con los populistas y los separatistas. Lo decía tras el pacto en Andalucía con los ultranacionistas españoles. Con los herederos del franquismo que han hecho comulgar con ruedas de molino a Ciudadanos aunque el artificio político que han presentado de cara a la galería muestre un doble pacto con el PP como nexo de unión.

No han tardado en saltar las amenazas, la sombra de la repetición de las elecciones es alargada. Los recién llegados saben perfectamente que, sin ellos, no hay gobierno posible en Andalucía. Y esa será la dinámica de toda la legislatura: quien mandará, aun sin estar en la Junta de Andalucía, será la ultraderecha. E impondrá su programa, no sólo el que pactó con el PP, sino también el que se preocupó de mostrar al país en los días precedentes al pacto y que planea como un fantasma en los 37 puntos de ese acuerdo.

La incomodidad de Ciudadanos es evidente, aunque no tanto porque le chirríe el pacto sino porque con él se desflora políticamente entrando en un gobierno de la peor manera posible, de la mano de una derecha extrema que sus partenaires en Europa, incluido Macron, han denostado, llegando a lanzar serias advertencias a Albert Rivera. No es extraño que salten las alarmas en El Elíseo, a las puertas de unas elecciones europeas y si tenemos en cuenta que el francés se erigió en ganador en 2017 tras un pulso con Le Pen enarbolando precisamente la bandera contra los valores reaccionarios del nacionalismo. Por todo ello, y por mucho empeño en blanquear el pacto que tengan Albert Rivera y, en Barcelona, Manuel Valls, no tienen credibilidad. A los hechos y a titulares como el de L’Express del pasado jueves me remito: “El partido que sustenta a Valls se alía con la extrema derecha en Andalucía”

El partido que ha irrumpido en la escena política andaluza aspira a revalidar el tripartito a partir de mayo en otras comunidades autónomas y, cuando proceda y si tuviese ocasión, en España. El PP se muestra más que complacido con esa posibilidad. Ciudadanos, diga lo que diga, si tiene ocasión se arrimará al sol que más caliente, como ha hecho en Andalucía. La noche oscura podría cernirse, si eso llega a ocurrir, sino sobre el resto del país.

El Gobierno de Pedro Sánchez, mientras tanto, trabaja para mejorar la vida de las personas y lo hace aprobando en Consejo de Ministras y Ministros unos presupuestos cargados de medidas sociales, de partidas destinadas a mejorar la vida de las personas, muy en especial de las que menos tienen. Sería bueno que todos y cada uno de los partidos que hicieron posible en primavera el cambio en La Moncloa dieran su apoyo a las cuentas en su tramitación y aprobación en las Cortes.

PP y Ciudadanos se han encargado de insultar a la inteligencia en estos últimos meses, augurando extraños complots y maniobras socialistas con los independentistas catalanes a cambio de no se sabe qué. Pero quien ha emulado a Fausto han sido ellos. Y ya sabemos que Mephistopheles otorga pero reclama a cambio el alma.