La imagen mítica de la Reconquista ocupa un lugar preeminente en el imaginario colectivo e identitario español, como hemos comprobado en la pasada campaña de las elecciones andaluzas. Sin embargo, el concepto de “Reconquista” es mucho más reciente que el propio proceso de conquista de los reinos peninsulares musulmanes por parte de los reinos peninsulares cristianos.
De hecho, el vocablo “reconquista” no surge hasta el s. XVII y no aparece escrito hasta 1796 en la “Historia de España” del estudioso y sacerdote Joseph Ortiz y Sanz. Hasta entonces, imperaba otro término nacido entre los s. XII y XV: Restauratio. La Restauratio consistía en la restauración del orden religioso católico –ni siquiera de la religión católica- previo a la aparición del islam en la península en 711. No tenía que ver con pueblos o naciones, ideas de por sí totalmente ajenas a la época. No se trataba de que los “españoles” (concepto inconcebible en los tiempos de la mítica “reconquista”) expulsaran a extranjeros musulmanes, sino de restaurar los obispados y estructuras propias del catolicismo en los territorios musulmanes, convenientemente acompañados de un poder secular en la figura de un rey de Castilla, León, Aragón, etc…
Permítaseme un inciso para hacer notar que, hasta al menos el s. XII, ni tan siquiera la Restauratio estaba presente en el ideario de los reyes cristianos. Es decir, el más que probablemente mítico Don Pelayo o el Cid Campeador –personaje histórico tan vigoroso como astuto que bien mereciera otro artículo- no sabían que estaban restaurando nada, ni mucho menos reconquistándolo, como atestigua el hecho de que, muy a menudo, los reyes cristianos prefirieran guerrear entre ellos que hacerlo contra los reinos musulmanes, que no pocas veces se contaban entre sus aliados.
No es hasta el s. XIX, con el surgimiento en Europa del nacionalismo que pronto evolucionaría hacia los nacionalismos etnicistas, cuando se comienza a generalizar el término “reconquista”. El cambio terminológico no es baladí, habida cuenta de que implica un giro conceptual de gran calado. Ya no se trataba de restaurar una religión o un determinado orden religioso en la península mediante la beligerancia de unos reinos sobre otros, sino de la epopeya de un pueblo, el español –aunque no tuviera la más mínima conciencia de serlo-, de una nación, la española, de una raza casi, contra unos extranjeros musulmanes: los moros. De repente, por arte de birlibirloque léxico, los andalusíes habían dejado de ser hispanos, peninsulares, “españoles”. Aderezado con una buena dosis de nacionalismo decimonónico, su islam les había excluido de su hispanidad. La Alhambra, la poesía de Al Motamid o el Ciego de Cabra, la Mezquita de Córdoba, no eran ya patrimonios tan españoles como los demás, sino pedazos del extranjero que accidentalmente tuvieron lugar en nuestro país.
Además, mitos como Don Pelayo, Covadonga o la Batalla de Clavijo, pasan a ser el embrión de España, una España que, obviamente, sólo contempla como español lo castellanoleonés, pues deja de lado la “reconquista” de todo el área oriental de la península, no vinculada a esos míticos inicios, dejando a aragoneses, catalanes, valencianos o baleares peligrosamente lejos de ser españoles, al no compartir origen su proceso de conquista. La “Reconquista”, en fin, excluye de ser español a lo que no sea cristiano o castellano.
Los acontecimientos, por su parte, vinieron a poner el último clavo en el ataúd de la Restauratio. En 1876, se produjo la restauración borbónica, con la proclamación de Alfonso XII como rey de España al término de la accidentada Primera República Española. Este régimen, conocido desde entonces como “La Restauración”, dejó sin rival al sustantivo “reconquista” para denominar el proceso acaecido entre 711 y 1492.
Desde entonces y durante todo el siglo XX, el concepto excluyente de “reconquista” ha estado presente en nuestra historia de manera más viva que nunca. La guerra civil fue llamada por el bando vencedor “Cruzada de Liberación Nacional” y las alusiones a “reconquistar” una España dominada por el marxismo ajeno o al desastre de la Segunda República en comparación con el de Don Rodrigo en 711, no fueron infrecuentes. Igual que la imaginaria reconquista, la Guerra Civil se trataba de españoles “nacionales”, “españoles de bien”, contra otros no tan nacionales ni tan de bien por la misma causa que los andalusíes habían dejado de ser españoles décadas antes: por creer diferente, en una España diferente, en un concepto de país y de pueblo diferentes y, sobre todo, por haber perdido.
He aquí cómo un simple cambio léxico ha llevado a una mudanza de concepto en cuanto a la idea generalizada sobre una realidad de nuestra historia que está íntimamente relacionada con la proverbial desvertebración territorial, identitaria y social de nuestro país y nuestro pueblo que, quinientos años después de la “Reconquista”, siguen estando divididos en vencedores y vencidos.
Bibliografía: