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"Lo que la oruga llama 'el fin', el resto del mundo lo llama 'mariposa'."

Políticos disparatados y la política del disparate

Políticos disparatados y la política del disparate

El ejército nacional planta sus banderas en Cataluña primero, luego en Andalucía, y prepara sus tropas para asaltar al resto de España en cuanto las elecciones le brinden una oportunidad.


El ejército nacional no lo forma un partido. Bullen en su seno partidos diversos, diversificados, no por diferencias ideológicas fundamentales, sino por la ambición personal de sus diversos líderes. ¿Alguien puede identificar las diferencias ideológicas entre los tres partidos de derechas que están a punto de conseguir el gobierno de Andalucía? ¿Alguien puede identificar las diferencias ideológicas entre ese bloque y el bloque formado por los partidos independentistas de Cataluña? Lo que a nadie se le escapa es el distintivo común que les aglutina: el nacionalismo.

¿En qué consisten el nacionalismo español y el catalán? Las definiciones, características y antecedentes históricos de los nacionalismos corresponden y preocupan a estudiosos y estudiantes de las materias relacionadas; las respuestas se construyen y se estudian en los textos. Pero eso no interesa a la persona monda y lironda. A la persona monda y lironda le interesa lo que percibe y entiende sin elaboración filosófica. Las preguntas y las respuestas a sus inquietudes las encuentra en la realidad que la rodea y determina su existencia. Le preocupa aquello que afecta a su mente y a su cuerpo con la contundencia de lo que le ocurre, de lo que su deseo no puede alterar. Lo que trasciende su experiencia inmediata le parecen monsergas. ¿Qué le interesa, entonces, del nacionalismo? La sensación de pertenencia a un grupo, el ancestral y perpetuo tribalismo; su capacidad de estimular la segregación de ciertas hormonas que colorean el gris de su existencia y la animan con sensaciones gratificantes proporcionándole diversión. El contenido filosófico y político del nacionalismo no interesa a casi nadie, ni siquiera a los que intentan pasar por políticos nacionalistas. De ahí que esos políticos se ahorren la teoría para concentrarse en la tarea práctica de agitar las glándulas del personal.

La política, eso en lo que el español del montón no debe meterse si no quiere problemas, determina la existencia de todo quisque, como no viva en una isla desierta. La política manda, omnipotente, en casa y en la calle; estableciendo las normas que rigen la factura de la luz, por ejemplo, el impuesto que hay que pagar por cualquier cosa que se compre, el salario mínimo, el tipo de contrato...Quien dice que no le importa la política esta confesando una ignorancia supina sobre la causa de todo lo que le pasa. ¿Qué tiene que ver con la política que te deje el novio o la novia? Si te ha dejado porque el sueldo no te llega para pagar un alquiler ni a medias, todo. Si te han desahuciado con treinta o con ochenta años o tienes la nevera vacía, tengas la edad que tengas, también. Pero el español del montón tiene el cerebro programado para rechazar la política como si fuera el pasatiempo de una casta que le resulta totalmente extraña. ¿Por qué? Porque un régimen dictatorial programó el cerebro de los ciudadanos, convertidos en súbditos por una guerra, para que no se metieran en política, y esos súbditos, idiotizados por el miedo, programaron a su vez de igual manera los cerebros de sus hijos y sus nietos.

Durante cuarenta años, abstenerse de la política fue un mandamiento ordenado desde las alturas a los españoles del montón, cuya desobediencia podía acarrear al transgresor consecuencias gravísimas. Lo que en la práctica significó que los españoles cedieron el control de sus vidas a la élite gobernante limitándose a obedecer. Durante los cuarenta años siguientes a la dictadura, a los españoles, convertidos otra vez en ciudadanos en virtud de la democracia, se les dijo que tenían que ejercer su responsabilidad eligiendo en las urnas a quienes les iban a gobernar. Y a votar fueron y siguen yendo sin que la mayoría se moleste en leer los programas de los partidos que se ofrecen para ser elegidos; sin que la mayoría sepa siquiera lo que es y a qué obliga un programa político; sin que la mayoría se dé cuenta de que está haciendo política con su decisión y de que esa decisión afectará a su vida y a la de sus conciudadanos hasta las próximas elecciones. Esa ignorancia, determinada por el desinterés que tal vez se ha transmitido por vía congénita, ha permitido acceder al poder a líderes tan desinteresados en la política como sus votantes. Así han llegado al gobierno personajes a quienes interesaba exclusivamente la economía, la de las élites financieras y la de sus propios bolsillos; personajes dispuestos a gobernar velando por sus propios intereses y los de sus correligionarios; personajes para quienes la política no es otra cosa que la lucha a brazo partido por llegar al poder y, habiendo llegado, por conservarlo.

La crisis, como la guerra, llenó el patio de oportunistas de ese tipo que se hacen pasar por políticos sin tener los conocimientos necesarios para administrar los recursos de la comunidad ni la intención de utilizarlos para el bien común. Esos personajes han convertido el panorama político de nuestro país en un espectáculo maratoniano.

En medio de la pista, Pablo Casado, el niño bonito de la derecha, se pone en pose y empieza a soltar disparates contra el presidente del gobierno, contra el del govern y contra Cataluña. Los engreídos catalanes se van a enterar. El público se caldea como los asistentes a un partido de fútbol. Empieza a aplaudir la claque y el aplauso se contagia a todos los forofos. El discursante se anima y va subiendo el tono de las barbaridades. Es que el chico es un Messi, un Ronaldo del partido. Se las sabe todas y, encima, tiene el poder y los atributos que hacen falta para poner a parir a todo el gobierno y, sobre todo, al mismísimo presidente. El forofo vuelve a casa como en lo mejor de una borrachera disfrutando los efectos de las endorfinas. Si a algún ingenuo se le ocurriera interrumpirle el trance preguntándole qué dijo el candidato sobre política social o algo así, el forofo le castigaría con el látigo de su desprecio por aguafiestas. Pero ningún aguafiestas puede evitar que el forofo se sienta triunfador vicario. Casado ganará, no hay más que verle y oírle insultando y amenazando a todo dios como un dios de dioses. Al forofo anciano le recuerda al Franco que se ponía al mundo por montera, y el fondo de su alma se llena de la paz que produciría la resurrección de un padre protector. Al forofo joven se le anima la esperanza. El día que Casado sea presidente se acordará de él, y si no se acuerda, se lo recordará el selfie en el que Casado aparece estrechándole un hombro como si fueran amigos de toda la vida.

Mitin de Albert Rivera. Más de lo mismo aunque menos público y menos medios. Rivera pasó de triunfador en todas las encuestas a telonero de Casado y a duras penas consigue disimular su inmerecido destronamiento gritando tanto como el rival y compitiendo con él en insultos y barbaridades contra Sánchez, contra el govern de Cataluña, contra la mare del Tano. Qué importa si no sabe historia ni un solo título de un libro de Kant. Ni Casado ni los que le van a votar saben de lo que no importa. Lo que importa es convencer al personal de que él va a hacer lo mismo que Casado si gana, pero con un partido que, por nuevo, todavía no tiene casos gordos de corrupción.

Y tras los dos, otro que no ha tenido tiempo de llegar al estrellato, pero que está seguro de conseguirlo porque no hay en todo el panorama político del país quien le gane en agallas. Abascal, se llama, y el nombre ya se lo está aprendiendo todo el mundo porque aunque sus ideas sean de lo más vintage, hoy por hoy su discurso suena tan original y tan políticamente incorrecto como el de un youtuber viral. No solo ataca a los catalanes, que también. Lo más genial de su genialidad es azuzar los peores sentimientos y emociones de débiles y fracasados contra individuos más débiles y fracasados que ellos, asegurándose el voto por agradecimiento de todos aquellos a quienes ha hecho ganar importancia atacando a quienes están peor. Las mujeres a sus casas, y si no obedecen, se castigan. Los emigrantes a la suya si no se someten y trabajan por lo que les den. Vuelve el generalísimo a la carga sobre un corcel español, como en sus mejores cuadros, y tras él toda la chusma de agradecidos balbuceantes que tanto debió a su cristiana caridad.

A Torra, los medios le dejan colar su show de vez en cuando. Sus lloros y gemidos por los que llama presos políticos solo animan a los suyos. En el resto de España, suenan a funeral ajeno y aburren hasta al cura. Torra, tan poquita cosa él porque de moda no entiende ni para subir el volumen de la voz, solo agita un pelín al público nacional cuando intenta agitar a su cotarro, pero solo si los medios se hacen eco y los blablableros conocidos emplean unos minutos blablableando sobre su irresponsabilidad. Torra se ha convertido por elección propia en un fantasma escudero de otro fantasma que un día se fugó al exilio y que en el exilio espera a que un indulto le permita volver y asomarse al balcón de la Generalitat y gritar a la multitud "Ja sóc aquí" y salir con foto y todo en las portadas de los medios internacionales. Es injusto decir que a Torra, a Puigdemont y a sus colegas el bienestar de los catalanes se la trae al pairo. Los catalanes vivirán a lo grande en la mejor nación del mundo cuando llegue la independencia. ¿Y si tarda veinte años? "Que hi farem". Vale la pena esperar.

Un poco de revuelo cuando sale Pablo Iglesias porque el pelo y el tono le dan un toque mesiánico, pero sus números empiezan a aburrir porque el leitmotiv de sus canciones es un "si, pero no" con lo de Cataluña que empezó desorientando y ya marea. Eso y que Pedro Sánchez ha decidido lo que ha decidido porque Pablo Iglesias le forzó a decidirlo ocupan todo su show. Como lo poco agrada y lo mucho enfada, Iglesias va cayendo lentamente en las encuestas como saltador con paracaídas. O pide ayuda a los políticos que sí tiene en su partido o se revienta contra el suelo con todo el equipo.

¿Y Pedro Sánchez? Sopotocientas medidas de gobierno en seis meses. No hay medio que se atreva a enumerarlas y analizarlas. Ninguno quiere perder audiencia. Pedro Sánchez se comporta y habla como un político, y la política, ya se sabe, no le importa a casi nadie. Para que Pedro Sánchez consiguiera mayoría suficiente para gobernar tras una elecciones, tendría que producirse un milagro análogo a la bajada del Espíritu Santo en Pentecostés.

Los españoles mamaron lo de "pan y circo" y se acostumbraron al circo que les hacía resignarse al pan. ¿Quién tiene ganas de analizar políticas con tanto personaje dispuesto al intrusismo en la muy digna profesión de los payasos?

Pues bien, aquí estamos, echando un ojo de paso a las encuestas para predecir quién gana el concurso. Alguien podría advertirnos de que la desaparición de la política supone la desaparición de la libertad. ¿Pero quién quiere libertad con lo que cuesta defenderla? Dicen algunos viejos que cuando no había, se vivía mejor. Pues a lo peor, y tal como vamos, puede que lo del eterno retorno se cumpla y podamos comprobar, con nuestros propios ojos, si esos viejos tenían razón.
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