No hay límites para la igualdad. Ninguna. Desde hace siglos, el patriarcado ha construido un muro para que, con el paso de los años, las mujeres vivamos en una constante desigualdad, en cualquier parte del planeta.
Por ello, la lucha de muchísimas mujeres, que llevamos por bandera durante años es necesaria y conjunta, llevando a lugares recónditos el concepto de feminismo, movimiento social y político que tiene sus comienzos a finales del XVIII y que ha supuesto la toma de conciencia de las mujeres como víctimas de una desigualdad estructural, por parte del patriarcado, vivido en sus distintas fases históricas de modelo de producción, movilizando el camino de la liberación con todas la transformación de la sociedad.
Esta lucha no entiende de diferencias culturales ni raciales pero, a lo largo de la historia, no se ha entendido así. Cuando hablábamos (en algunos casos, hablamos aún), de feminismo tenemos un tipo de feminismo en la cabeza, el llamado hegemónico o blanco, que es, entre otras cosas, ‘’heterocentral’’, ‘’cisgénero’’ y fundamentalmente occidental, afirmación que en pleno siglo XXI debe quedar lejos, ya que el feminismo es la lucha de todas las mujeres; negras, blancas, orientales, occidentales, de cualquier confesión o ninguna. De todas por igual. De todas por igual. Pero para ello, debemos ser eco de cada situación de desigualdad que no todas vivimos (y sufrimos) por igual.
Tal y como señala Yasmina Blaash, en su artículo sobre EFAE (Empoderamiento Femenino Afrodescendiente en España), cuando hacemos referencia al feminismo en la historia, conmemoramos a las sufragistas que consiguieron el derecho al voto; todas, mujeres blancas.
En cambio, a lo largo de la historia en el auto-proclamado Occidente, se reserva otro de los movimientos que marcó un antes y un después para la comunidad afrodescendiente; el feminismo negro, que surgió a mediados del siglo XIX junto al sufragismo en EEUU y que luchó por el derecho al voto y por la abolición de la esclavitud. Una lucha que quedó invisibilizada.
Para luchas, están también las voces plurales de las mujeres musulmanas, porque quién tiene derecho a decir que las mujeres que hablamos de los derechos de las mujeres en el islam no tenemos derecho a hacer nuestras propias lecturas, una visión profundamente sexista, y da por hecho que, como afirma Sirin Adlbi Sibai, los sectores patriarcales del mundo islámico son los que tienen el monopolio de la interpretación del islam, cuando es rotundamente falso. Es una evidencia que el patriarcado, tal y como señaló al comienzo de este artículo, ha creado en todos los lugares un muro que construye desigualdad, pero la utilización del “heteropatriarcado” de cuestiones tan sensibles como la confesión religiosa, es bochornoso y, por ello, debemos aunar esfuerzos para combatirlo, pero sin juzgar la libertad de las mujeres de la decisión personal de llevar hijab, o turbante, o rastas.
Estos movimientos, estas manifestaciones, son feministas, llamémosle por su nombre: feminismo intercultural, transformar la sociedad con un mismo objetivo: terminar con el patriarcado que ha construido durante siglos una desigualdad entre mujeres y hombres. Que ha creado entre nosotras diferencias injustas, cuando la diversidad de cada una de nosotras enriquece la sociedad. Somos la mitad de la población mundial, y por ende, exigimos nuestra parte, siendo negras, blancas, musulmanas, hindúes, ateas, viviendo en Canadá o Australia, siendo de Perú o Etiopía.
Exigimos lo nuestro, porque sin nosotras, no existiría la humanidad.