El despertador de Carmen suena a las 6 de la mañana en punto, mientras prepara café, tostadas y cereales viste, una capa tras otra, a su hija Gloria. El frio de la “ciudad que nunca duerme” no se asemeja nada a los 20 grados promedio que registran los termómetros en la ciudad de México, su lugar de nacimiento y a la que no ha vuelto en 10 años. Carmen sostiene la mano de Gloria mientras caminan hacia la estación de metro. No puede evitar sentir un escalofrío cada vez que ve una patrulla de policía, 10 años sin papeles la han convertido en fugitiva en su propia casa, el país donde nació su hija.
Luisa comparte piso con Jamal y Erandi. Valencia, Damasco y Cartagena aparecen perceptibles cada mañana en los sabores del desayuno que comparten. Los tres son investigadores en desarrollo computacional de medicamentos y los tres caminan por las calles de Berlín, iluminada con las luces navideñas añorando la familiaridad de las calles de las ciudades que los vieron nacer, mientras sonríen por la oportunidad de desarrollo profesional que tienen en Alemania, hoy convertida en casa.
Aïcha se sobresalta cada vez que escucha pasar una ambulancia, le recuerda demasiado esa alarma que anunciaba una inminente oleada de fuego arrasando su pueblo. En el centro de refugiados, Luigi toma su mano. Es voluntario desde que hace un año dejo su pequeño pueblo natal y Aïcha le recuerda la fortaleza de su hermana menor.
Carmen, Gloria, Luisa, Jamal, Erandi, Aïcha y Luigi forman parte de los 257,7 millones de personas que la ONU contabiliza como migrantes internacionales en 2017, lo que representa un 3.4% de la población mundial y de las cuales, un 48.4% son mujeres y un 14% menores de edad. Casi dos tercios del total de los migrantes internacionales viven en Europa o Asia, un alto porcentaje se convierte en migrante permanente. Mientras que la migración voluntaria puede significar una mejora en la calidad de vida de muchas personas, para otros significa supervivencia. Se estima que en la actualidad hay 68 millones de personas desplazadas por la fuerza, entre los que se incluyen 25 millones de refugiados, 3 millones de solicitantes de asilo y más de 40 millones de desplazados internos, según el centro de estadística de la ONU.
Ellas y ellos no son cifras que nos dibujan el panorama de los flujos migratorios, son historias de valentía, son vida y son cotidianidad; son raíces y construcción de recuerdos; son intercambio y enriquecimiento cultural, lingüístico y material. Son un reflejo en el mirarnos, en el presente o en el futuro.
La migración no es un “caso específico”, ha sido inherente a la vida humana a lo largo de la historia y no entiende de fronteras, es, además, un fenómeno demográfico complejo que responde, a su vez, a causas coyunturales aún más complejas. De esta manera, hablamos de diferentes tipos de migración (Interna, Externa o internacional, impelida, forzada, voluntaria, en cadena, estacional y permanente) y diferentes causas de migración (ecológicas, económicas, políticas, bélicas). Y de su complejidad estriba la responsabilidad de analizarla de manera más humana alejada del discurso superfluo y populista de aquellos que ven en este fenómeno un peligro, y centrar los esfuerzos en la cooperación internacional para que se protejan los derechos humanos y se potencie el desarrollo.
Es por ello que, en el año 2000 la Asamblea General de Naciones Unidas proclamó el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, en el cada año reivindicamos la migración como motor de desarrollo, crecimiento económico y cultural.
De Nueva York a Marrakech
El 19 de septiembre de 2016 marco un hito en la historia sobre los desplazamientos de migrantes y refugiados con la firma de la Declaración de Nueva York sobre Refugiados y Migrantes que “expresaba la voluntad política de los dirigentes mundiales de salvar vidas, proteger derechos y compartir la responsabilidad a escala mundial de refugiados y migrantes”, y concretaba las obligaciones de los Estados firmantes a la protección internacional de estas personas. El documento contenía compromisos audaces que respondían a la necesidad de colaborar de manera organizada y colectiva para hacer frente al fenómeno de la migración, la larga duración de estas situaciones y ponía el énfasis en la población más vulnerable: mujeres, niños y niñas.
Dicha Declaración allanó el camino para la aprobación de dos nuevos acuerdos mundiales en 2018: El Pacto Mundial para la Migración (cuyo nombre oficial es Pacto Mundial para establecer una migración segura, ordenada y regular de Naciones Unidas) y El Pacto Mundial sobre Refugiados.
Después de dos años de intensas negociaciones 164 países adoptaron por consenso el Pacto Mundial para establecer una Migración Segura, ordenada y regular, durante la cumbre de Marrakech el pasado 10 de diciembre. 13 países entre ellos EE.UU., Austria o Hungría reafirmaron su negativa a suscribir el pacto por razones de “soberanía”.
El Pacto señala a la migración como uno de los elementos básicos del mundo globalizado y resalta la necesidad de regular y coordinar los flujos migratorios para proteger los intereses y derechos tanto de los propios migrantes como de los países de origen, tránsito y destino. El Pacto Mundial de Migración es una oportunidad que toma mayor relevancia ante el panorama internacional en el que nos encontramos y los desafíos que como ciudadanía inclusiva tenemos la obligación de enfrentar y resolver de manera colectiva: Representa la oportunidad de contar por primera vez con un marco global para mejorar la cooperación internacional en el área de la migración transfronteriza, para armonizar estándares comunes, para establecer “mínimos” basados en las convenciones internacionales de derechos humanos y para mejor la cooperación internacional. Así mismo, representa la oportunidad de hacer frente al avance del discurso xenófobo y de miedo que populistas de ultraderecha utilizan para impregnar de miedo y desconfianza la sana convivencia y el intercambio multicultural que enriquece a las naciones.
El pacto tiene 23 objetivos entre los que destacan la lucha contra las mafias que trafican con seres humanos. Asimismo, destaca la relación del cambio climático y la desertificación como elemento fundamental y global que afecta directamente a la migración.
Los migrantes somos historias: En un lugar de Berlín una familia prepara los últimos detalles para sentarse en la mesa a comer, de fondo suena música navideña alemana mientras a la mesa llegan entrantes salmantinos y mexicanos. La migración ha sido un elemento transversal de mi propia historia. Desde el barco que tuvo que abordar mi bisabuelo huyendo de la Guerra Civil hasta el último avión que me llevo de vuelta a uno de mis países de origen. Mi familia es multicultural, mi país es el mundo y mi bandera la humanidad.