En nuestro inagotable índice de ideas preconcebidas sobre otros países europeos, el premio se lo lleva Reino Unido. Hoy me quedo con el especial prejuicio de que son grandes inventores de cosas extrañas, como esos sándwiches de pepino y carne de lata; enmoquetar hasta la cocina; o practicar deportes de reglas complejas y calcetines blancos. El país de los Beatles, que fue potencia musical, que en siglos pasados fue potencia económica y potencia absoluta en el mar, hoy es también conocido por sus hooligans, sus jubilados en Mallorca y la creación de otro deporte extraño, esta vez con pocas reglas: el balconing. Ya saben, eso que hacen algunos jóvenes británicos de saltar a la piscina desde el balcón del hotel. A veces sucede que por un error de cálculo se quedan justo en el bordillo.
David Cameron y su equipo no calcularon bien los efectos de su referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea de 2016 (Brexit, para los amigos), y se quedaron exactamente a un 1,9% del bordillo. Lástima. Todo lo que viene después es sudor y lágrimas.
Una vez activado el Artículo 50 del TUE hay dos años para irse de la UE. Hoy estamos en la segunda fase, la del deal, es decir, las condiciones en que se produce la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Ahora no se trata de debatir sobre si se van o no, eso se decidió en el referéndum, y pensemos: ¿cuántos referéndums ha habido en tierras de Her Majesty the Queen en los últimos 50 años? El referéndum ha sido un evento importante, tanto como para no pedir que se vuelva a votar solo porque no nos gusta el resultado. En mi humilde opinión, quizá debamos plantearnos enterrar de una vez la era de los referéndums y, sobre todo, pensar que quizá un referéndum no lo arregla otro nuevo. Toca hacer política.
Asumamos la realidad de que tras el 29 de marzo de 2019 hay una silla menos en el Consejo Europeo. Pero no llega la cosa hasta 2019. El famoso pacto que estos días ha conseguido aprobar Theresa May en su gabinete son 585 páginas. Algo tangible. ¿Qué se cuenta en este grueso documento? Todas y cada una de las condiciones que se tendrán en cuenta durante el renovado periodo de transición a una salida completa de la UE, y esto lo explicaré más adelante. Veamos ahora los plazos.
Para no enredar con todas las opciones, esbozo los dos escenarios de transición que tienen más posibilidades, es decir, dos plazos de salida: el corto, hasta 2020, y el largo, hasta 2022. El plazo largo es el que propone Michel Barnier, el negociador por parte de la UE, y se sale de las perspectivas incluso electorales del actual gobierno de Reino Unido, que en un mundo perfecto debería tener elecciones el 5 de mayo de 2022, pero esta vía podría dar margen para fijar todas las condiciones o, incluso, dicen los más optimistas del mundo, para rehacer parte del camino e intentar una vuelta a la Unión Europea. Teniendo en cuenta que el Parlamento británico apruebe el acuerdo, el plazo corto es el preferido por el actual gobierno de Reino Unido y supondría la salida definitiva el 31 de diciembre de 2020, en Nochevieja, para dar la campanada. El plazo podría ser insuficiente, ya lo advierte Barnier, pero prefieren probar otra vez a ver si en esta llegan de un salto a la piscina.
Desde marzo de 2019 hasta el fin de año de 2020, habrá unos 21 meses de transición en los que Reino Unido tendría que avenirse a las normas de la Unión Europea, pero sin poder tomar parte en las decisiones, siempre teniendo en cuenta las normas que nos hemos dado en esos 585 folios de prosa legal. El Gobierno británico anuncia a bombo y platillo que están tomando de vuelta el control (lo dicen en serio) pero les toca seguir las normas de la UE y, a la vez, no tendrán presencia en el Parlamento Europeo, ni en la Comisión Europea, ni en el Tribunal de Justicia Europeo, como ya se ha dado cuenta, con gran sorpresa, Nadine Dorries, una avezada diputada partidaria del Brexit. También los británicos inventaron lo de llegar a la risa por exceso de drama.
¿En qué consisten las condiciones del pacto de transición? Esos 585 folios que quizá solo han leído completos la propia Theresa May y los abogados del Ministerio de Exteriores de España (por lo del peñón y el artículo 184). Se ponen por escrito detalles como, por ejemplo, las licencias de vuelo; sin un pacto, las licencias emitidas por la Unión Europea dejarían de ser válidas y las aerolíneas tendrían que pedir permisos a cada Estado miembro. ¿Conocen la compañía Iberia? Sorpresa, Iberia es una empresa británica. Después de la salida de Reino Unido, sin pacto, cada vez que emitiera un billete para el puente Madrid-Barcelona estaría tomando datos de ciudadanos europeos, ¿se tendrá en cuenta el Reglamento Europeo de Protección de Datos? ¿Podrá realizar vuelos intracomunitarios si más del 50% de su capital es de ciudadanos de fuera de la UE tras el Brexit? Y más asuntos que han sido el calvario de los negociadores durante estos dos años: regulación financiera, seguridad y acceso a bases de datos comunes, sectores de acceso libre al mercado europeo, fórmula aduanera para la frontera con Irlanda…
¿Conocen la compañía Iberia? Sorpresa, Iberia es una empresa británica. Después de la salida de Reino Unido, sin pacto, cada vez que emitiera un billete para el puente Madrid-Barcelona estaría tomando datos de ciudadanos europeos, ¿se tendrá en cuenta el Reglamento Europeo de Protección de Datos?
El deal lo presenta Theresa May como un "pacto lentejas", o lo tomas o lo dejas. Pero las aspiraciones de Francia de asegurar ciertos derechos en temas de pesca, y la de España de tener garantías en el protocolo de cooperación administrativa con Gibraltar, podrían reabrir el texto. Las pantallas que tiene que pasar el pacto son estas: aprobación del Gobierno británico (hecho), aprobación de la cumbre europea (el domingo 25 de noviembre, previsión de tormenta) y aprobación del Parlamento británico (muy difícil). Es un camino largo, complejo y en el que ya nadie quiere hacer conjeturas porque cada dos semanas cambian por completo las condiciones. Esto del pacto aprobado por el Gobierno británico se veía a la vuelta del verano como un imposible y, ya ven, hasta se aprobó en un martes y 13 de noviembre.
La fragmentación política es grande en un momento en que el consenso político se hace fundamental, no solo por esto del Brexit, que es crucial para su futuro, también para solventar problemas que Reino Unido necesita resolver con urgencia, como rehacer un sistema educativo fallido o el imponente peso que tiene la economía financiera. Como muestra de crisis política, baste mencionar la panoplia de dimisiones de ministros y miembros del gabinete de May la semana pasada por su oposición a los términos del pacto. Pero más de lo que hasta hoy tomábamos como certezas salta por la ventana cada día, por citar algunos casos clínicos: parece que se forma un grupo de Tories rebeldes que podrían llegar a desafiar el liderazgo de Theresa May, hacen falta 48 y van por la mitad; el Partido Laborista, que recordemos tiene la mayoría de sus diputados con base electoral en tierras pro-Brexit, proponen que si no hay pacto, haya elecciones, y si hay pacto, que se vote en referéndum, en el Parlamento votarán probablemente en contra; y el DUP (los unionistas de Irlanda del Norte) amenazan con retirar su apoyo al pacto.
En el maremoto de esta crisis política evidente, la única forma de frenar la salida es rechazar cualquier pacto, convocar unas elecciones anticipadas e incluso un segundo referéndum. Un nuevo salto por el balcón. La pregunta del refrendo en ese segundo caso, ahora que ya hay deal, ya no sería salir o no salir de la UE, sino decidir si se está de acuerdo o no con el pacto de Theresa May. Si la respuesta mayoritaria es no, se aplazaría la fecha de salida.
Los acuerdos interesan a ambas partes. Las élites surfean bien tanto la globalización como el nacionalismo, incluso a nivel pueblo, como los caciques. Pero hemos de pensar en la responsabilidad enorme que hay con los ciudadanos europeos que residen en Reino Unido, y en los británicos que hacen su vida en tierras de la Unión Europea. En ningún caso la negociación será ad infinitum, pues la normativa europea establece que no es posible utilizar el Artículo 50 para acordar un pacto comercial permanente, pero se reanudarían las conversaciones para volver a fijar en papel, punto por punto, aquella lista enorme de temas que hay que dejar claro antes de tirar del cable.
El debate de si queremos que Reino Unido se vaya o no de la UE lo dejamos para otro artículo. De Gaulle, con su silla vacía, de haber sido británico quizá habría sido el primer brexiter de la historia. Ahora que los vasallos de la reina han sido consultados y han escogido irse, quedémonos con la parte buena, de haberla, y pensemos hasta dónde podríamos llegar en el proceso de integración europea sin los británicos y, dentro de unos años, lo bien que les va a venir integrarse con otras condiciones en una Unión Europea renovada y más completa a nivel federal.