Si cada uno de nosotros salvara a un sólo niño, millones de ellos dejarían de estar en situaciones que rozan el horror. El 20 de noviembre se celebra el día Universal del niño/a. Me pregunto de qué niño/a y en qué mundo.
Los datos de la pobreza, abandono, malnutrición, abuso, explotación, enfermedad y muerte por hambre, horrorizan a la humanidad, pero los países ricos ven estas miserias desde sus confortables sofás de casa y apenas mueven algo más que una pequeña compasión por estas criaturas a las que las ONG o Unicef, de Naciones Unidas, no alcanzan a proteger del todo ya que son alrededor de 1.200 millones de pequeños que están expuestos.
Los datos se repiten año a año, pero apenas consiguen los Estados y las ONG reducir el horror. Casi la mitad de la población infantil en el mundo -al menos 1.200 millones de niños y niñas- están expuestos a conflictos, pobreza, discriminación, enfermedad, desnutrición, exclusión de la educación, trabajo infantil, matrimonio prematuro, embarazo precoz y violencia. 124 millones de niños no van a la escuela, 27.000 niños siguen muriendo cada día por causas que se podrían evitar y 28 millones de niños han tenido que huir de sus casas a causa de las guerras. También sabemos que 120 millones de niñas han sufrido abusos sexuales. Además, más de 250 millones de pequeños entre 5 y 14 años trabajan extensas y agotadoras jornadas laborales, otros 130 millones no reciben siquiera la más elemental educación.
Cuando vemos imágenes de niños ahogados por el naufragio de una patera se nos saltan las lágrimas de impotencia, pero obviamos la historia y las razones de estas familias inmigrantes y no entendemos cómo unos padres pueden poner en riesgo la vida propia de sus hijos. Viendo estas desgracias nos impresionamos desde la comodidad del sofá y como acto de buena voluntad, damos las gracias por nuestra suerte. Por haber nacido en el primer mundo donde nuestra infancia está llena de posibilidades y apenas obstáculos ni necesidades mayores. Aquí, crecen con el cariño y la seguridad de la protección familiar. En realidad, somos ciegos sociales e inmaduros consentidos. No queremos pararnos a analizar las cifras del horror infantil expuestas anteriormente.
Nos estremecemos y en cierto modo, admiramos, ante los reportajes de campos de refugiados al ver cómo los más pequeños no se rinden a quedarse sin infancia y comparten y juegan con todo lo que encuentran para estimular su imaginación. También se las ingenian para engañar al hambre y solapar las miserias. En un día como hoy nos acordamos de que la infancia debería de ser un derecho mundial recogido y protegido en las Constituciones de todos los países del mundo. Pero, tanto los gobiernos como gran parte de la población, realmente no se conciencia.
Las sociedades avanzadas y los Estados deberían de exigirse constantemente el desarrollo de muchos más programas de ayuda y concienciación para no dejar abandonados a su suerte a toda esta infancia del mal llamado Tercer Mundo. Si bien es verdad que existen organizaciones internacionales como Unicef, de Naciones Unidas, el Padre Vicente Ferrer, en India, Oxfam y tantas y tantas ONG, como Cruz Roja y otras, lo cierto que todo su esfuerzo no alcanza para atajar tamaño problema.
Permítanme una reflexión, todo lo que hagamos por salvar a un solo niño de la miseria, de la inanición, del hambre, del abuso, del abandono, del riesgo de muerte, será un primer paso. Si muchos millones de gente confortable en su mundo seguro, salva a un niño, acabaríamos con el problema.