Se cierra así un círculo donde la campaña electoral de las
elecciones brasileñas se ha convertido, una vez más, en un ejemplo de
cómo la desinformación con fines electorales no sólo ha impulsado a uno de los contendientes sino que ha terminado por decidir –y de qué manera- el resultado final del plebiscito en cuestión, arrojando al país a un entorno políticamente autoritario y socialmente dvisivo.
La política brasileña se ha convertido otra vez en un laboratorio donde no han primado las propuestas sino un
lenguaje político emocional plagado de bulos y falsedades que suman al país latinoamericano a otros ejemplos precedentes (
Inglaterra y el brexit; la campaña electoral norteamericana en la que salió elegido Trump; las elecciones en México) y donde la desinformación, que viene potenciada por su rápida difusión en las redes sociales, se ha convertido en uno de los principales retos a vencer en los procesos electorales.
Por ahora todo es tan aparentemente sencillo como crear una estrategia de difusión con, por ejemplo,
miles de perfiles falsos, que torpedeen con asuntos que polarizan a la sociedad. Hay agencias especializadas, pero cualquiera puede editar una captura de pantalla y compartirla después.
Doce años después de su creación,
Facebook, con mil ochocientos millones de usuarios, es ya el mayor diario y la mayor televisión del planeta, con unas ventas publicitarias de
30.000 millones de dólares al año y sin más regulaciones que las que él mismo se autoimpone.
De hecho, esta es la primera gran ventaja de esta plataforma: cada vez más población está presente en ella. Los algoritmos de Facebook estudian la actitud, los patrones de comportamiento ante las noticias y deciden qué contenido le ofrecerán en el futuro. Si sumamos ambas posibilidades, surge una herramienta muy poderosa capaz de seleccionar de forma precisa los usuarios a los que se les mostrará la información
Según
Pew Research Center, los medios sociales más utilizados en EEUU en 2016 fueron:
Facebook (79%), Instagram (32%), Pinterest (31%), Linkedin (39%) y Twitter (24%). Durante las elecciones presidenciales de 2016, la mitad de los usuarios de Facebook, utilizaron dicha red social para informarse sobre las mismas. Un 76% afirma usarla diariamente para informarse. Otro ejemplo: la Asociación de Internet de México reconoce que el 97% de los de internautas mexicanos
se informan en las redes sociales en temas relacionados con las elecciones (una proporción mayor al 79% que lo hace a través de sitios de noticias), en tanto que 74% utiliza buscadores web, y un 44% usan videos y podcast. Y estamos hablando de 85 millones de usuarios en México y de ¡240 millones! en Estados Unidos, según datos de abril de 2018.
En una sociedad tan hiperconectada como la actual, es evidente que las redes sociales son utilizadas cada vez más en diferentes ámbitos de la vida diaria; y la política no es una excepción.
Desde el siglo XIX las campañas electorales estadounidenses han sido laboratorios de una evolución que ha pasado del mitin en directo con un pequeño número de seguidores, con giras por las circunscripciones electorales y presentaciones públicas, mítines, donde se hablaba con la gente de la calle, al uso en el siglo XX de la radio (Roosvelt), la televisión (Eisenhower y, sobre todo, Kennedy) y ahora internet.
Ya en 2008, muchos seguimos con enorme interés cómo
Barack Obama cambió las reglas del juego en las elecciones presidenciales de EEUU al no apostar por los grandes grupos de presión empresariales sino por los millones de pequeños donantes que se conectaba a través de las redes de internet. Su equipo también se sirvió de una
estrategia online innovadora, donde los medios sociales fueron utilizados muy eficazmente para difundir el mensaje político y lograr una gran movilización de sus simpatizantes.
Con la inesperada victoria de Trump nos hemos dado cuenta de que la difusión de
noticias falsas a través de internet puede beneficiar a un candidato. Y aunque todavía no se ha cerrado la última puerta sobre cuál es el alcance de la adulteración llevada a cabo en las últimas presidenciales norteamericanas, dicho ejemplo ha puesto sobre la mesa cómo la manipulación, mediante novedosas técnicas de procesamiento de datos y otras herramientas que se escapan de las capacidades y posibilidades de la ciudadanía,
pueden incentivar una abstención o, peor aún, un cambio de voto.
El reino del algoritmo, de los automatismos y de la falta de rigor periodístico ha abierto el camino a la presente dictadura de la posverdad, donde vivimos una etapa marcada por el extremismo de las opiniones y por el debate moral y poco programático, impulsado por la diseminación viral de noticias falsas (no sólo en el campo político: áreas como la salud y la alimentación son nuevos campos abonados a la manipulación constante).
Ante una situación explosiva pero no nueva
(recordemos que el periodismo amarillo siempre ha tenido su público), ¿qué solución existe? ¿Qué puede hacerse frente a este panorama? Facebook está implementando algunas medidas para
controlar los contenidos falsos en la red, que pasan por la detección, la colaboración de los usuarios y la verificación mediante terceros, y también ha decidido cerrar el grifo de la publicidad a las publicaciones fraudulentas. Ya han reducido el impacto un 80%. Pero ello va muy reñido con la libertad ‘sagrada’ del libre consumo.
La alfabetización digital de los periodistas es otro factor clave para que el sector periodístico descubra oportunamente información fraudulenta y para que la ciudadanía sea responsable en el momento de compartir la información. En esta dinámica podemos incluir el trabajo que estamos desarrollando en
lahoradigital.com desde el mismo momento de su creación.
En la búsqueda de soluciones ante esta
dictadura de la posverdad, analistas como
Enrique Dans vaticinan que la solución pasa por la combinación de varios factores, incluida la verificación. Concluye que parte del
éxito de las noticias falsas radica en la evidencia de que el usuario medio no está preparado para reflexionar o tener un pensamiento crítico.
Y la segunda vuelta de
las elecciones presidenciales en Brasil demuestran el valor de esta certeza, puesto que argumentos atrofiados y la desinformación en masa se han convertido hoy en un instrumento de intoxicación mucho más peligroso gracias al
poder multiplicador de las redes sociales y, atención, de los grupos cerrados de mensajería instantánea.
Como decía un editorial de diario El País:
“contra la mentira no basta con decir la verdad. Es necesario defenderla”.