Ser ciudadano o ciudadana obliga (incluso, a veces, ser ciudadana obliga más). Contiene deberes y responsabilidades que se enumeran en textos legales y que la filosofía ha definido desde la Grecia antigua.
Esos deberes no son excesivamente complicados, pero si son complejos. Vivimos una época compleja, permanentemente informados y conminados a tener una opinión. Ahí es donde se fija una de nuestras responsabilidades como ciudadanos: saber distinguir la información de la mera intoxicación. No es fácil, está claro. Hoy día, los grandes medios, los medianos y los pequeños tienen intereses que van desde el clickbait hasta la campaña permanente en favor de un Gobierno u otro. A eso sumémosle una sociedad polarizada, en constante conflicto y con la división bien clara entre buenos y malos y tendremos el caldo de cultivo perfecto para ese fenómeno que se ha dado en llamar posverdad, fake news o, directamente, mentiras.
Vaya por delante que no pienso enlazar en este artículo ninguna noticia falsa ni ningún clickbait. Suficiente daño hacen ya pululando por las redes como para ayudar yo desde aquí. Si, para hacerme entender, les pregunto: ¿sabían ustedes que Obama es keniata? Es mentira.Pero Donald Trump lo afirmó repetidamente desde 2008 y se mantuvo en ello incluso después de que presentase su partida de nacimiento. Eso es una fake new, una mentira en este caso orientada a conseguir que se le inhabilitase como Presidente de EEUU.
En España también sufrimos las fake news. Las generadas a consecuencia de la situación en Cataluña están teniendo un papel decisivo en el relato del procés. Tras la moción de censura que sacó a Rajoy y al PP del poder y que, como ya hemos apuntado aquí, supone la primera que tiene éxito en democracia están empezando a sucederse una serie de noticias sobre el Presidente y los ministros y ministras socialistas que bien podrían ser “fake news”.
Llevamos algunas semanas debatiendo si Pedro Sánchez es o no doctor en Economía, si su tesis es suya o si su contenido está citado correctamente o no. Además, invirtiendo la carga de la prueba: si no pone a disposición pública la tesis o si no se somete a los programas antiplagio es culpable. Como mínimo, que la duda quede ahí. También sobre sus ministros y ministras, que desde que Màxim Huerta dimitiese a los diez días de tomar posesión al frente de Cultura están en el punto de mira.
Esta semana le está tocando el turno a la ministra de Justicia, Dolores Delgado, y al ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque. Ambos reputados profesionales que llegan a ministerios en los que podrían ser considerados “tecnócratas”. De la primera, ya lo habrán leído, han salido a la luz unas grabaciones privadas realizadas en una comida con un comisario (hoy en la cárcel, entonces condecorado) hace nueve años cuando era Fiscal Antiterrorista. En ellas, poco más que el lenguaje soez y algún gesto de complicidad. Del segundo, también lo habrán leído, se ha desvelado que gestionaba su segunda residencia a través de una sociedad por consejo de sus asesores fiscales. Hacienda ya ha dicho que no hay delito alguno en ello, él mismo ha dicho que si hay algo mal lo revisará. Bien, todo resuelto, ningún delito. ¿Entonces?
Entonces pasa que no es suficiente cuando debería serlo. Se sigue pidiendo la dimisión o cese de ambos. No debería ser este el papel de la prensa en una democracia. No debería ser esa la respuesta de una sociedad en democracia. Si los mejores dejan sus ocupaciones para gestionar la vida pública durante algún tiempo debería ser para ser tenidos como honorables, no para salir con su reputación maltrecha por noticias creadas ad-hoc. Nadie querrá ocuparse de lo público si es a este precio. Quizá como sociedad deberíamos haber reaccionado dejando maltrecha la reputación de los medios sensacionalistas que publican este tipo de noticias con la única intención de socavar al Gobierno.
España es una democracia fuerte. La ciudadanía española es una ciudadanía formada, con acceso a medios y crítica. De ella han surgido movimientos muy potentes. Pero no es inmune a la manipulación, claro que no. Hay que permanecer vigilantes y de vez en cuando poner pie en pared aunque convenga atizar al rival. Porque, como cantaba Enrique Santos Discépolo (y versionaron tantos), si todo es igual, nada es mejor y eso es un cambalache.
*Si bien antes he dicho que no enlazaría noticias falsas, sí quiero dejar un detector de bulos y mentiras. Se llaman Maldito Bulo y a mí me han sacado de algún apuro que otro. Y además, una pequeña guía y consejos para detectar esas fake news antes de compartirlas (https://maldita.es/malditobulo/).